El Día Internacional de la Familia, celebrado el 15 de mayo, encuentra a las familias confinadas en una cuarentena o mejor una “noventena”. Contar con una familia de apoyo constituye la diferencia fundamental para afrontar una crisis de esta magnitud.
El término “resiliencia” se refiere a la capacidad de las personas de afrontar situaciones límite sin sucumbir e incluso saliendo fortalecidos de las mismas. Por años se centró en un enfoque individual, ¿por qué unos sí y otros no?
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Una excelente documento de la Fundación América por la Infancia nos adentra en las más recientes bases conceptuales para estudiar familias resilientes considerando a ésta como un sistema. Una familia resiliente no necesariamente es la tradicional, de mamá y papá. Se trata de considerar la gama de familias presentes en nuestra realidad: ensambladas, monoparentales, homoparentales, la abuela que está criando a los nietos de los padres que debieron migrar.
La terapeuta familiar Froma Walsh llama procesos familiares que llevan a la resiliencia a aquellos que permiten que unas lidien con factores de estrés persistentes, se sobrepongan a la adversidad e incluso salgan fortalecidas de las crisis.
¿Qué hacer?
Una familia que desea construir la resiliencia debe promover las siguientes condiciones, según Anna Forés y Jordi Garné:
- Establecer una estructura y acuerdos claros dentro del hogar.
- Darse apoyo mutuo entre los progenitores.
- Diseñar estrategias para afrontar las situaciones eficazmente.
- Llevar a cabo prácticas de cuidado y crianza efectivos.
- Establecer una interacción y vínculo afectivo entre padres e hijos, la presencia de una relación cálida y de apoyo al menos con uno de los padres.
- Fomentar las expectativas positivas de los padres sobre el futuro de sus hijos.
- Mantener responsabilidades compartidas en el hogar.
- Dar apoyo a las actividades escolares de los hijos por parte de los progenitores.
- Posibilitar redes familiares fuertemente extendidas y redes de apoyo externas (amistades, comunidad).
- Permitir la participación de toda la familia en actividades extrafamiliares (como asociaciones y clubes).
- Ofrecer oportunidades de desarrollo y responsabilidades extrafamiliares como voluntariado, trabajo, estudio.
Además, Walsh plantea algunas claves de las familias resilientes:
Espiritualidad y trascendencia. Mantienen la esperanza y confían en que es posible superar las dificultades. Asumen un “optimismo aprendido”, (Seligman) contrapuesto a la “desesperanza aprendida” tan arraigada.
Expresión emocional: Se comparten todos los sentimientos; no solo los buenos, también los dolorosos. Tiene que haber un equilibrio. Una familia resiliente construye una nueva narrativa que abre espacio al dolor pero también a la esperanza. Hay que responsabilizarse por los propios sentimientos y conductas y evitar hacer acusaciones hacia el otro.
Interacciones placenteras. El buen humor es factor crítico por eso se hace énfasis en interacciones que favorezcan el juego en las familias, incorporar elementos lúdicos.
Resolución cooperativa de problemas. Es importante identificar qué problemas están generando estrés, cuáles son las opciones para abordarlos y cuáles las limitaciones, elaborar ideas creativas de afrontamiento y negociar con los integrantes del sistema familiar.
Redes de apoyo. Contar con el apoyo de la familia extendida, vecinos, organizaciones comunitarias, parroquias puede ser fundamental en momentos de tempestad.
La COVID–19 nos está obligando a ejercitarnos en el gimnasio de las relaciones que nos toca asumir día a día en nuestras familias. Las familias que se esfuercen en desarrollar la “musculatura humana y emocional” serán las que tendrán la capacidad de sortear los momentos difíciles que atravesamos apoyados en la fortaleza del vínculo que une a sus integrantes.