Abel Saraiba: “A la gente la dejaron a la deriva”

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¿Quién no ha sentido rabia? ¿Quién no ha sentido tristeza? Esta experiencia ha impactado a la sociedad venezolana hasta la médula. Y nadie, por sí mismo, tiene los recursos para salir de esta locura. Mejor no hacerse preguntas como la que marca esta entrevista.

¿Cómo ha impactado la crisis humanitaria la psiquis del venezolano? Quien responde es Abel Saraiba, psicólogo, con estudios en bioética y posgrado en Familia y el Niño de la UCAB. Saraiba, además, coordina el programa Creciendo sin Violencia, de Cecodap.

Creo que el impacto es dramático, si a uno le toma tiempo procesar que una relación se termine y una persona puede quedar atrapada digiriendo un momento, pues eso es terrible. Volver al siglo XIX, con lo que emocionalmente nos toma a los seres humanos procesar los cambios es tremendo. Además, creo que esto nos sorprendió con la guardia baja, porque estábamos escindidos. Es decir, por un lado estábamos viviendo en la dimensión 2.0 y por el otro en los dramas del siglo XIX. Esto, lejos de ofrecernos un punto de salida, a veces nos hace como tomar una pala y empezar a cavar. ¿Qué hubiese sido de la sociedad del siglo XIX, si hubiese tenido las redes sociales y las herramientas que hoy tenemos, para contar y mirar lo que sucede? No creo que ese impacto pueda borrarse y quizás lo mejor sea que no se borrase, porque nos estamos enfrentando a una serie de hechos sociales que van a dejar una marca decisiva en lo que seremos como sociedad.

El cerebro sigue siendo un misterio. La memoria es traicionera y la capacidad individual para entender lo que nos pasa es muy dispar, tanto como las inequidades de la sociedad venezolana. No sé si tenemos las herramientas para procesar lo que nos está pasando.

Nadie las tiene. Es decir, nadie, por sí solo, tiene las herramientas como para enfrentar la realidad que estamos viviendo. Creo que eso marca un punto de cara al reto que tenemos por delante. Sobre todo para una sociedad tan individualista como la venezolana, aunque creamos que por estar juntos y porque nos gusta echar broma somos todo lo contrario. Esto hace, por primera vez, que tengamos que pensar de una forma genuina en el que tienes al lado, entre otras cosas, porque lo que te separa cada vez es menor. Pensamos que los problemas eran de otros. Y hoy caes en la cuenta de que finalmente estamos conectados.

Pareciera que el país que le gusta la chanza, el país chévere, nunca existió. ¿O eso era cosa de una tribu, de un segmento reducido de la sociedad?

Yo me he hecho esa pregunta: ¿era así el país de mis viejos? Detrás de la bonanza, también había una profunda sombra de la cual no se hablaba. Pongo un ejemplo. Mi familia paterna es de origen portugués y con el tiempo yo descubrí que mi papá habla el portugués menos que yo. ¿Por qué? Él me contó algo que ahora lo he entendido. Mis abuelos le prohibían a él hablar portugués en la casa, porque eso podría significar que él tuviera acento. ¡Ah!, un motivo de burla, un motivo para enredarse en una pelea en la calle. Entonces, ciertos mitos que construimos como sociedad no dan más. Nos horroriza la xenofobia a la que se enfrentan los venezolanos que migraron, pero resulta que aquí también hubo historias de xenofobia. Esto de que todo era chévere, de que aquí a todo el mundo lo recibían con los brazos abiertos, eso no es así. A lo mejor se vivió como algo chévere, pero a la luz de lo que estamos viviendo entendemos que no era así, que eso fue lo que nos trajo hasta aquí.

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