
En los últimos dos años, José Daniel no ha asistido a clases con regularidad. Ese es el tiempo que llevan sus padres migrando de un país a otro. Fue a finales de 2023 cuando la familia decidió irse a Colombia. El detonante fue que el taxi con el que se ganaba la vida el padre de José Daniel se dañó y entonces la familia quedó sin la principal fuente de ungreso. José Daniel, a sus 8 años, no sabía lo que era emigrar. Pensó que se trataba de un paseo, y que pronto volvería a casa.
Unos parientes los recibieron en Cúcuta. Y el niño comenzó a estudiar 2do grado. “Al principio le costó adaptarse, pero poco a poco se acostumbró a la, aunque para algunos siempre fue un extraño por ser venezolano y tener un acento diferente”, cuenta su padre, Rogelio. A eso hay que agregar una suerte de “brecha curricular”: el niño desconocía buena parte de los contenidos académicos, y por ello se sintió inseguro en el aula.
“A veces no quería ir a clases para no enfrentar esa situación que comenzaba a causarle vergüenza, pero logró culminar su 2do grado”, destaca Rogelio.
En junio de 2024, la familia decidió emigrar de nuevo. Esta vez, a Estados Unidos. Confiaban en que correrían con mejor suerte que en Colombia. José Daniel abandonó la escuela. Por segunda vez, se despidió de sus compañeros de clase y pausó sus estudios. También le dijo adiós a tres primos con quienes jugaba por las tardes. Uno de ellos le regaló una camisa con el logo del Barcelona, y el nombre de Lionel Messi, su futbolista favorito.
Le tocó cruzar la selva del Darién durante unos cuatro días. El cansancio lo venció (le resultaba difícil llevar sus 28 kilos encima, en medio de ese camino fangoso). El tiempo estuvo enrarecido. De repente, llovía y, a los minutos, salía el sol. José Daniel a veces reía, pero de tanto en tanto se echaba a llorar.
Poco después le sobrevino un cuadro febril. La familia tuvo que parar la caminata hasta que el niño recobró un poco la fuerza, gracias a un medicamento que le dio la madre.
Superado el tramo del Darién, José Daniel se sintió más tranquilo. En Panamá, la familia descansó dos días, para luego seguir su camino hacia México. Fueron siete días de viaje en autobús hasta que tocaron la puerta de un refugio en la capital de ese país.
La idea de la familia era pedir una cita a través de la aplicación CBP One, que permitía a los migrantes y refugiados solicitar asilo, así que cumplieron con todos los requisitos.
Una tarde el papá de José Daniel lo escuchó conversando con un sacerdote en el refugio. Su tono de voz le causó preocupación. Hablaba despacio y muy acongojado. Le contó lo difícil que había sido separarse de sus abuelos en Venezuela; adaptarse a Colombia y cruzar el Darién. También le manifestó sus deseos de volver a casa. Rogelio sintió dolor al escucharlo.
En el refugio, José Daniel tampoco estaba a gusto. Convivir con tantas personas desconocidas lo intranquilizaba. Su papá se iba en las mañanas a trabajar en una construcción cercana y su mamá ayudaba en las labores de aseo en el albergue.
Una educadora que también había emigrado de Venezuela se ofreció a darles dos horas de clases a algunos niños que estaban en el lugar. En medio de dinámicas, juegos, la docente se percató de que José Daniel tenía dificultades para el aprendizaje, y se lo comunicó a sus padres. Esto los preocupó, sobre todo porque era algo de lo que no podían ocuparse en ese momento.
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Los meses pasaron y la cita para presentarse en un puerto de entrada de Estados Unidos no llegaba. La época decembrina se abría paso para llevar un poco de alegría a la familia en medio de la desesperanza. El 20 de enero, el Gobierno del presidente Donald Trump inhabilitó la aplicación fronteriza CBP One. Entrar a Estados Unidos ya no era una opción. Quedarse en México tampoco. La inseguridad y los secuestros a migrantes es algo que perturba a Rogelio. Por eso comenzó a planificar su regreso a Venezuela, pero no cruzando el Darién. “No quiero que mi hijo vuelva a vivir esa experiencia”, afirma.
Tanto José Daniel como sus padres tienen pasaporte, pero no cuentan con el dinero para pagar los pasajes de avión, así que mientras Rogelio lo reúne, seguirán en el refugio.
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José Daniel ya no recibe clases. La maestra se fue del albergue a finales de enero. Para mantenerlo ocupado, su mamá lo lleva a practicar fútbol. A veces, se le ve triste, pero ella siempre trata de sacarle una sonrisa.
La promesa de llevarlo a conocer a Mickey Mouse quedó en el recuerdo. Era un bálsamo cada vez que lloraba, cansado de ir de un lugar a otro. Ahora lo animan con el pronto regreso a Venezuela: José Daniel sueña con volver a casa.
Rossana Batistelli
Corresponsal de la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y la Adolescencia (Agencia PANA) de Miranda
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