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La educación menstrual es clave para combatir el ausentismo escolar y la discriminación de niñas y adolescentes

Distrito Capital.- «La menstruación me ha cambiado hasta el humor, tengo malestares generales. No he podido asistir a clases cuando estoy en el ciclo de la menstruación por el sangrado abundante. Eso me pone un poco triste, me da pena conversar con mis amigos del colegio y a veces siento mucho dolor», cuenta Victoria Aguilar. Ella, a sus 11 años, habla con precisión lo que le pasa: «Tengo una pubertad precoz». 

Su proceso empezó a los 6 años y 7 meses. Su madre, Indira Castillo, recuerda que inició a presentar mal sudor, vello en sus partes íntimas y brazos, junto con un aumento leve en el tamaño de sus pezones.

«Explicar esto a una niña de esa edad fue muy difícil ya que tiene una condición neurológica moderada, es epiléptica con orientación médica. Atacamos la situación poco a poco con el especialista de endocrinología. A los 8 años le vino su primer sangrado y fue alarmante explicarle el siguiente paso: el uso de toallas sanitarias, y no cualquiera, pues nos tocó buscar el tamaño que le prestaran«, recuerda Castillo. 

En la escuela no conversa del tema porque le da pena. Sus amigas le preguntan por qué tiene tantos vellos, por qué le han crecido sus pezones. Y a ella le da pena. Por eso siempre va con suéter, para que nadie note sus cambios físicos. 

Recién ha comenzado a entender este proceso, después de recibir orientación. En casa es la única niña: tiene un hermano y un padrastro. Todos la apoyan, la consienten, le hacen masajes en la cabeza, le ponen pañitos de agua fría cuando tiene dolor intenso y tratan de que se sienta cómoda.

«Pero le da pena con el hermano. Con el padrastro es más abierta, incluso le informa si le urgen toallas o si le duele algo si no me encuentro en ese momento en la casa. A mí a cada rato me explica lo que siente y lo que necesita», relata su madre. 

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La familia de Victoria, con las herramientas que tiene, intenta encajar toda esta historia dentro del término gestión menstrual, entendido como un asunto de salud más que de higiene y, ante todo, una cuestión relacionada con los derechos humanos y la igualdad de género.

«Años atrás no se llevaba a las niñas a un ginecólogo o se les hablaba de pubertad, era un secreto decir que un hijo ya se había desarrollado. Además de la falta de recursos había muchos mitos: no serenarse, ponerse medias, no mojarse la cabeza. La regla era un secreto, hoy en día lo es también. Se ven muchos casos de niñas con pubertad y algunas madres las atienden como se debe, otras lo ven normal, sin tomar en cuenta que la falta de información hace vulnerable a nuestras niñas, y más en su entorno escolar», dice Castillo.

Un factor de desigualdad

«La menstruación es un factor de desigualdad que atraviesa la vida de las niñas y adolescentes, en diversos ámbitos de sus vidas, desde lo fisiológico hasta lo económico, espiritual y político», explica Estefanía Reyes, directora de la organización Proyecto Mujeres.

«La evidencia  que nosotras hemos recolectado a través de encuestas y testimonios en comunidades de Zulia demuestra que la falta de acceso a métodos de gestión menstrual es solo una parte del problema. En la raíz de esta fuente de desigualdad se encuentra un conjunto de estigmas y normas sociales arraigadas en nuestra cultura que plagan de vergüenza la experiencia menstrual».  

Por ejemplo, comenta que que en los diagnósticos más recientes realizados en escuelas de zonas vulnerables en algunos municipios de Zulia, 31% de las adolescentes afirma haber faltado a clases debido a la menstruación. 

Sin embargo, 84 % de este grupo no ha faltado por falta de acceso a productos, sino por malestares asociados a la menstruación. 

«Esto es importante considerar, porque estudios científicos y las experiencias vividas han demostrado que cuando vivimos la menstruación con vergüenza, temiendo mancharnos en público o revelar que estamos sangrando, el estrés y la ansiedad que esto genera aumentan los malestares asociados al ciclo menstrual». 

Además, dice, los estigmas y mitos también hacen que muchas niñas y mujeres sufran en silencio condiciones asociadas al ciclo menstrual que impactan en su salud. 

«La internalización de estas ideas discriminatorias limita a muchas niñas en la escuela, porque evitan actividades deportivas, sociales y recreativas durante la menstruación, disminuye su concentración en clase y, a su vez, afecta sus relaciones y autoestima», señala la investigadora. 

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Si Victoria no tiene la menstruación hace deporte. «Pero leve, cosas que su cuerpo  le permita realizar, si hacen deporte en un espacio abierto con la exposición a mucho sol, lo hace limitado por su condición de epilepsia. Mayormente, los ejercicios los realiza bajo sombra y supervisión, en caso de marearse para la actividad. A ella le encanta el fútbol y kikimbol», comenta su mamá.

¿Cómo abordar estas situaciones?

Una herramienta clave para que la menstruación deje de ser un factor de desigualdad es la educación menstrual

Por una parte, añade, es necesario facilitar a las niñas la capacidad de conocer y «leer» su cuerpo para procurar su cuidado y autonomía. «Pero este asunto va más allá de las niñas, es esencial desmantelar los estigmas, tabúes y mitos asociados a la menstruación que imperan en las comunidades y las familias para poder habitar espacios seguros que nos reconcilien con nuestro cuerpo. De ese modo, podremos detonar los cambios políticos y sociales que procuren mayor justicia e igualdad».

La gestión menstrual, un desafío 

El reciente informe Mujeres que resisten: el alto precio de la desigualdad da cuenta de que este no es un asunto menor:

«En Venezuela, las niñas y mujeres enfrentan desafíos significativos para gestionar su menstruación debido a las profundas carencias económicas y de infraestructura que aquejan al país. Esta situación ha tenido un impacto directo en la capacidad de las niñas, adolescentes y mujeres para mantenerse activas en la vida pública, ya que muchas se ven obligadas a faltar a clases o al trabajo durante sus períodos menstruales. Las razones van desde problemas fisiológicos, como el dolor menstrual, hasta la falta de acceso a productos de higiene adecuados y a servicios esenciales como el agua».

La investigación precisa que en 34 % de los hogares con niñas, adolescentes y mujeres el período menstrual puede llevarlas a faltar a clase o trabajo.

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La doctora Nancy Bello, médica-psiquiatra-psicoanalista, directora de Mujeres por los derechos, explica que la gestión menstrual (GM) es ciertamente un asunto de salud pública crucial, pero que en nuestro país se pasa por alto.

«Para las niñas y adolescentes la GM representa un desafío significativo. En una familia donde madre e hija usan toallas sanitarias, eso representa la cuarta parte de los ingresos al mes, si hablamos de salario mínimo. Además, no hay cultura, por ejemplo, del uso de tampones. Hay quienes por los bajos ingresos usan papel o trapos que no garantizan la higiene menstrual«, dice Bello.

Comenta la doctora que a esto se suma el hecho de que en las casas y en las escuelas no hay agua, no hay buenas instalaciones en los baños, no hay privacidad para que las niñas se cambien. Además, como no se sienten seguras, les da vergüenza y eso aumenta el ausentismo escolar

«El miedo a mancharse y que se burlen de ellas fomenta la pobreza menstrual, pues también hay problemas de salud, infecciones por el uso de productos no adecuados. Todo eso impacta la salud mental de las niñas y aumenta la brecha de la desigualdad de género».

La especialista plantea educación y visibilizar lo que significa la gestión menstrual. «La menstruación debe estar contemplada en la educación integral y ser parte de una política pública de avanzada que incluya la gratuidad de los productos menstruales como en Escocia, Canadá, Francia, Argentina, México y Kenia».

  • Escocia se ha convertido en el primer país del mundo en ofrecer de forma gratuita productos sanitarios relacionados con la menstruación. Además, proporciona su acceso gratuito en todas las escuelas, colegios y universidades. 
  • En 2016, la ciudad de Nueva York aprobó que todos los colegios públicos dispensaran compresas y tampones de forma gratuita en sus baños. Una iniciativa que ha reducido las tasas de abandono escolar de las niñas.

Una buena noticia

Mharyha Morales, coordinadora de la Escuela de Niñas Libres, adelanta el programa bandera Rojita es mi luna, que se centra en la educación menstrual.

Comenzó en 2022 a partir de un cuento que escribió Morales sobre la menarquía. «Este cuento refleja mitos y estigmas sobre la menstruación y se ha convertido en una herramienta pedagógica para talleres. Hasta ahora hemos trabajado en escuelas de La Guaira, Distrito Capital, Barinas y Lara, donde hemos llevado parte del programa».

El proyecto se desarrolla en dos partes: la primera se centra en la anatomía feminista. Esto incluye la necesidad de cambiar el lenguaje relacionado con el cuerpo femenino, usando términos como «sistema sexual y reproductivo» en lugar de «aparato reproductor». Se explica la anatomía de la vulva y el ciclo menstrual, enfatizando que el ciclo no sólo está vinculado a la reproducción. 

La segunda parte aborda la gestión menstrual, estigmas y mitos, como la idea de que la menstruación marca la transición de niña a mujer. «Se busca cambiar la narrativa sobre la menstruación y cuestionar los estigmas».

Todo esto agarra fuerza cuando Morales comienza a dictar un taller sobre ausentismo escolar, y se da cuenta de que las niñas cuando están menstruando, sobre todo en periodos de crisis económica como la que atraviesan algunas comunidades, no van a la escuela.

«Y hay dos razones: porque no tiene insumos y porque le da vergüenza. Piensa que la van a oler, que se van a dar cuenta, porque no hay baño o no hay agua en la escuela. Esto promueve una situación de desigualdad, porque la niña pierde clases cada mes a diferencia del varón».

Mabel Sarmiento

Mabel Sarmiento

Periodista corresponsal de la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y la Adolescencia (Agencia PANA) de Distrito Capital.

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