
Thiago recuerda su paso por la Selva del Darién y por más de siete países como una aventura. Hoy en Dallas Texas, Estados Unidos, dice que se siente bien en esa ciudad, aunque le gusta más Colombia, donde no tenía la barrera del idioma para relacionarse con otros.
No olvida a sus amiguitos de ese país ni a su familia por parte de mamá.
Como está en la escuela, se ha acoplado un poco, entiende conversaciones y habla en inglés.
Thiago tiene 6 años y es hijo de una pareja de venezolanos que, en abril de 2018, decidió salir del país empujado por la crisis social y económica. Ahora, tras la suspensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) que protegía a cientos de miles de venezolanos, sus padres viven con zozobra y, de alguna manera, esa angustia afecta el sano crecimiento y desenvolvimiento de él y de su hermana Ashley.
En busca de un sueño
“En mi país había escasez de comida, veníamos del tiempo de las colas. Además, mi mujer estaba embarazada. Entonces nos fuimos rumbo a Perú, ella tenía dos o tres meses de gestación. Partimos por tierra. Allá solo pude trabajar un mes y de ahí decidimos irnos a Bolivia, donde nació Thiago”, cuenta Eudomar Materano.
En Bolivia, comenta Materano, estaban bien, incluso cuidaban una casa y no pagaban alquiler, por eso les rendía el dinero. Pero por no tener papeles en regla él perdió el empleo y, por eso, decidieron irse a Colombia.
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“Allá mi esposa tiene un hermano en el departamento de Quindío y nos establecimos en Armenia, la capital, donde pudimos regularizarnos. Llegué trabajando en la calle, monté un puesto de comida rápida. Nos establecimos y mi hija, Ashely, nació en 2022”.
Quindío está ubicado en la región andina y forma parte del Eje Cafetero. Atraído por el campo, Eudomar decide aprovechar esas bondades y emprender en la agricultura. Alquiló dos haciendas donde cultivaban frijoles y habichuelas.
Sin embargo, producto de los impactos del fenómeno climático El Niño, perdió las cosechas.
“En ese momento le dije a mi esposa que me iría por la selva, y ella dijo que nos iríamos todos. Vendí lo que tenía y logré reunir 3 mil 500 dólares”.
Partieron el 5 de mayo de 2023: con Thiago, de 4 años, y Ashley, de uno. Con ellos iban otros familiares, en total 11 personas.
Se fueron a Medellín, de ahí a Necoclí (en el departamento de Antioquia), desde donde se adentrarían en la Selva del Darién. “Que para mí fue lo menos traumático de la travesía”.
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Cuando Eudomar dice eso no es para quitarle peso a lo que sufrió en la selva. Lo hace más bien para darle una historia a cada país que atravesó con sus hijos: incluyendo Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, trayecto que le planteó numerosos desafíos y peligros.
Antes de llegar a la selva, se embarcó en una lancha que los llevó a un campamento, donde se reunían entre tres y cinco mil personas. La mayoría haitianos, chinos, ecuatorianos, peruanos.
“En ese lugar descansamos y a las 5:00 a.m., al día siguiente, iniciamos la caminata. Pagamos un paquete de 350 dólares por persona, por mi hijo pagué 80 dólares, por la niña no pagué nada”.
Estuvieron cuatro noches dentro de la selva. Thiago se quejaba de que ya no podía caminar más, y la niña no dejaba de llorar porque tenía hambre.
“Había grupos armados, uno está a la suerte de Dios. Nos retrasamos mucho por los bebés, afortunadamente no fuimos víctimas de secuestros, pero hubo gente a la que le sucedió. Las metían para el monte, a 100 a 200 personas, y les quitaban 20 o 30 dólares a cada uno”.
Recuerda que vieron a un señor ahogarse con su hija a quien llevaba cargada, y a su hijo de unos 12 años.
Eudomar transportaba los pocos enseres y a Thiago de la mano, su esposa cargaba a la niña. Muy pocas veces pudieron llevar en brazos al niño, por eso él se quejaba de tanto caminar y decía que ya no podía más. Pedía regresar a casa, a Colombia.
A estas causas se le suman el engaño, la falta de información, y de opciones viables, seguras y legales. La Convención sobre los Derechos del Niño estipula claramente que el interés superior del niño debería ser la consideración primordial en todas las medidas que le atañen.
A Thiago algunas noches le dio fiebre. Durante el trayecto, le daban una medicina que toma para el estreñimiento y cuando llegó cruzaron una alcabala en México se la querían decomisar.
Como les habían dicho que el cruce de la selva duraba tres días dejaron parte de la comida y la leche de la niña en un campamento indígena. Cuando pasó ese tiempo, y aún estaban en el Darién, la tragedia no tardó en llegar. El desespero por el llanto de la niña los invadió, hasta que llegaron a un campamento de las Naciones Unidas.
A eso se suma que a la madre de los niños le dio amebiasis. “Estaba tan descompensada que me pedía que la dejara en la selva y que continuara con los niños”.
La necesidad de seguir
En Panamá hicieron una cola en horas de la madrugada para poder comprar un boleto directo a Costa Rica, que les costó 55 $ por persona. En ese país no pararon, fueron de entrada y salida.
“En la medida en que vas caminando botas cosas porque el camino es muy difícil. La gente lleva dos o tres bolsos. Ya a nosotros nos quedaban menos pertenencias y poco dinero”.
En la frontera de Costa Rica, agarraron un autobús directo hasta Nicaragua: pagaron 35$ dólares por pasaje. Fueron 16 horas y en este trayecto también la niña lloraba mucho. Salieron de la selva, de sortear la guerrilla, a los militares y secuestradores en Panamá, para caer en las manos de los coyotes.
“Es un país con una dictadura, no podíamos dejarnos agarrar por los funcionarios de la migración. Pagamos un paquete de 100 dólares por persona, los niños no pagaron y nos llevaron a un campamento donde nos quedamos durmiendo. Una noche nos sacaron en un camión a donde meten a los cochinos, íbamos como 100 personas”.
Caminaron unas dos horas para llegar al punto donde se subirían al camión, luego se escondieron cerca de 10 a 12 horas con los niños, para poder salir a un terminal y de ahí hasta Honduras. Thiago y Ashley siempre hicieron caso a lo que sus papás les decían: que se quedaran callados, que tenían que esconderse como en un juego.
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En Honduras los ayudaron un solo día. “Agarramos de una buena vez para la capital, pagamos un salvoconducto y seguimos en un autobús que nos cobró como 30 dólares, hasta Guatemala. Usamos trochas porque el gobierno de ese país no nos quería aceptar, y tuvimos que pagarles a los policías en todas las alcabalas. Cuando llegamos a México no teníamos nada”.
En ese tramo se subieron a unas canoas hechas con cauchos para cruzar un río contaminado. “Y realmente ahí comienza lo duro de la trayectoria. La gente decía que la selva era una tontería y era así. En México había que tener dinero para pagar vacuna todo el tiempo y había que transar con los coyotes en Tapachula. Pagamos 50$ y nos escondieron en las maletas de unos carros con los niños, nos llevaron a unas casas ocultas, cruzamos unos puentes y nos estaban esperando unos taxis. Nos tomaron fotos para evidenciar que estábamos bien”.
De Tapachula hacia Ciudad de México eran como 10 días, pero por las alcabalas nos tomaríamos unos 15 días.
Como iba con la familia era más fácil sortear los controles, y así pudieron quedarse 21 días en México. Su esposa y un primo consiguieron trabajo, mientras Eduomar cuidaba a los niños y esperaba a que le saliera la cita en migración para entrar a Estados Unidos. “Estábamos aguantando”.
Pero un día decidieron irse sin esperar la regulación. Había un camino que llamaban El Basurero. Eudomar y la familia se fueron a agarrar el tren que llaman la bestia. “El cuento era que no se detenía y todos se montaban a los golpes. Llegamos al sitio y había gente que tenía dos y tres días esperando. En ese punto, me quería devolver al refugio, no quería irme en el tren, pero ese día, se detuvo y mi familia pudo montarse. Íbamos sentados en el techo del vagón, no dormíamos, la gente que se quedaba dormida se caía y era aplastada. Pero a mi hijo le parecía una aventura”.
14 horas rodaron para llegar a una estación. Aún les faltaba como tres días para llegar a Piedras Negras, el paso a Texas. Para Ciudad Juárez eran unos días de viaje. Compraron panes, enlatados y chucherías, y se fueron en otro tren para Piedras Negras, pero ahí sí iban dentro del vagón que era custodiado por hombres armados, que Eudomar presume eran de los carteles de drogas.
En Piedras Negras los secuestraron. “Nos metieron en una camioneta y nos decían que nos iban a ayudar. Nos llevaron hasta Río Bravo, y nos dijeron que nos entregáramos a los que estaban del otro lado. A las 4:00 a.m. de ese día nos entregamos, nos arrestaron y procesaron a todos. Nos quitaron las pertenencias, nos revisaron, nos querían quitar el remedio de mi hijo. Me separaron de mi familia y a mi mujer la dejaron con los niños. Nos hicieron una prueba de ADN, y nos hicieron firmar unos papeles. Nos llevaron a unos refugios y luego nos asignaron unos autobuses que nos llevarían a Nueva York o a Chicago. Mi hermano me había conseguido dinero para que me fuera a Dallas y aquí estoy”.
Naciones Unidas ha insistido en que ningún niño o niña debe ser privado de su libertad de manera ilegal o arbitraria, pero aún así los niños migrantes siguen siendo detenidos, tanto si viajan solos como si lo hacen con sus familiares.
¿Regreso a la normalidad?
En el caso de Thiago, la primera semana de llegada a Dallas estuvo rebelde y no hizo caso. “Hablamos con él y fue cambiando. La maestra nos ha dicho que es el mejor estudiante de la clase, es atento y tiene modales. En casa no nos quiere contar qué hace, no habla de las cosas bonitas que le pasan, que es aplicado,. En casa es tímido y no habla inglés, pero en la escuela sí lo hace con los amiguitos. aún no tiene edad para que la reciban en el colegio. Por eso anda todo el día con su mamá en el carro entregando los delivery”.
Eudomar y su esposa se beneficiaron del TPS y tenían cita para la solicitud de asilo en 2026. Su permiso se vence en abril de este año, si se lo revocan pierde la protección y la posibilidad de regularizar a sus hijos. Tienen permiso solo por ser venezolanos. Ahora el fantasma de la deportación se posa sobre ellos.
La posible suspensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) mantiene en zozobra a los padres migrantes. Tienen temor de llevarlos a las escuelas. “Pero la maestra hizo una reunión con los representantes de los niños migrantes y nos pidió que no dejáramos de llevarlos, que no hay una orden de deportación, que no han ido funcionarios ni abogados y que ella no va a dejar que los saquen de una escuela primaria, que no son niños que van a cometer delitos”.
Thiago va a la escuela de 7:30 a.m. a 3.00 p.m. Luego se queda con su mamá o con su papá en el carro hasta pasadas las 9:00 p.m. que llegan a la casa. En ese tiempo se entretiene con la tablet.
“Hay mucho miedo en la calle. El delito no es tener documentos. Si no podemos actualizar el estatus migratorio, tocará regresar a Colombia Regresar a Colombia, allá con un trabajo puedes comer”.
A Thiago no le molesta la idea. Ahora le gusta su casa en Dallas, dice que quiere una con piscina, pero igual quiere regresar a Colombia.
Mabel Sarmiento
Periodista de la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y la Adolescencia (Agencia PANA)
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