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Violencia intrafamiliar se refleja en las aulas

Carabobo.- Cristal*, de 9 años, le ha contado a su maestra de cuarto grado que su casa no es un espacio confortable. Siempre hay gritos, portazos, mucha tensión. Narra con precisión una escena recurrente: su madre se encierra en su habitación mientras su padre, enfurecido, grita desde el pasillo. 

Esta niña dice que es un guion que parece nunca cambiar. 

Semana tras semana, su hogar es el epicentro de peleas. Su madre intenta tranquilizarla, pero Cristal no puede evitar el miedo que la inunda. La maestra concluye que eso que vive en el hogar se refleja en la escuela: en clase Cristal es intranquila, reactiva y cada vez más retraída.

“Este tipo de casos se ha vuelto cada vez más común y se notan patrones en las aulas: niños, niñas y adolescentes que, tras vivir o ser testigos de violencia en sus hogares, presentan comportamientos preocupantes en la escuela. Los efectos de la violencia de género en el hogar no solo se limitan a la persona agredida, sino que afectan de manera silenciosa, pero profunda, a quienes conviven en ese ambiente de manera indirecta”, explica Isabel Romero, psicóloga clínica y especialista en atención a víctimas de violencia en el estado Carabobo.

Un reflejo de la violencia en el aula

María Pérez, profesora de educación primaria en una escuela pública de Valencia, cuenta que ha visto cómo las historias de violencia que estos niños, niñas y adolescentes viven se transforman en comportamientos desafiantes, temerosos o reactivos.

“Tengo estudiantes que responden con golpes o empujones ante cualquier conflicto, mientras que otros prefieren aislarse en un rincón, callados y cabizbajos. Algunos, incluso, parecen indiferentes ante situaciones que para otros serían impactantes, como si estuvieran acostumbrados a vivir en un ambiente de constante tensión”, cuenta. 

Para ella, este problema va mucho más allá de la disciplina en el aula, se trata de la forma en que estos estudiantes están interpretando la vida y las relaciones personales a partir de lo que ven en casa.

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Un ejemplo de esto lo cuenta Raquel Fernández, docente en una escuela rural de Guacara. Describe cómo Keiner*, uno de sus estudiantes de tercer grado, comenzó a mostrar un cambio radical en su conducta:

“Antes era un niño alegre, pero ahora es callado. Se sobresalta cuando alguien alza la voz y a veces se aleja de los otros niños. Me preocupé, y al hablar con su mamá supe que en casa había problemas con su padre. Ella trataba de justificarlo diciendo que Keiner no prestaba atención cuando sucedían los conflictos, pero es claro que está afectado”.

Con una mezcla de preocupación e impotencia, Fernández intenta brindarle un ambiente seguro y amigable en el aula, pero reconoce que es difícil competir con lo que viven en casa día a día.

En una escuela del centro de Valencia, el profesor de educación física, Andrés Rojas, contó cómo en los últimos años ha notado un aumento en el número de estudiantes que exhiben conductas agresivas en las actividades deportivas. 

“A veces, sin razón aparente, empujan o gritan a sus compañeros durante los juegos. Cuando hablo con ellos, algunos confiesan que ven a sus padres discutir o incluso pelear en casa. Crecen viendo eso como algo normal y creen que es la forma en que se debe resolver un conflicto”.

El peso silencioso de la violencia

Los testimonios de algunos estudiantes dan una idea del impacto emocional que viven como testigos de violencia en sus hogares. Keiner, de 14 años, narró que siempre que escucha gritos y portazos su cuerpo se tensa. 

“Mis papás pelean mucho y yo trato de no escucharlos, pero es difícil. A veces, cuando me hablan o me piden algo en la escuela, me asusto sin razón. Los profesores me dicen que me distraigo, pero es que a veces no puedo dejar de pensar en qué pasará cuando llegue a mi casa”, comenta en voz baja. 

Antonio*, de 15 años, describe cómo el miedo y la frustración que siente en su hogar se ha convertido en una constante en su vida: “A veces trato de hacerme el fuerte en la escuela, y eso hace que termine peleando con mis compañeros. Es como si no supiera cómo reaccionar de otra forma”.

Antonio es uno de los muchos adolescentes que, tras años de ver a su padre maltratar a su madre, han aprendido a usar la violencia como una herramienta de poder y defensa, explicó el psicopedagogo del liceo en el que estudia.

La huella emocional de la violencia

La psicóloga clínica Isabel Romero advierte que estos niños y adolescentes desarrollan patrones de comportamiento y percepciones que afectan su capacidad de relacionarse de forma sana en la adultez.

“Los niños que crecen en ambientes de violencia tienden a desarrollar una percepción distorsionada de las relaciones personales. Asocian el amor y la convivencia con el conflicto, con la dominación y el miedo”.

Aseguró que cuando no se interviene a tiempo, estas experiencias tempranas tienden a reproducirse en sus relaciones futuras, perpetuando un ciclo de agresión.

Carla Méndez, también psicóloga clínica y especialista en terapia infantil, coincide en esta idea. Para ella, es fundamental que las instituciones educativas cuenten con programas de apoyo emocional para estos niños y adolescentes. 

“Muchos de ellos no pueden verbalizar lo que sienten, no saben que lo que viven no es normal, y al no tener un espacio seguro para hablarlo, estos sentimientos y comportamientos se siguen acumulando”.

Iniciativas para la intervención y la sensibilización

Algunas escuelas privadas en Carabobo han comenzado a implementar programas de educación emocional y habilidades de comunicación como una forma de apoyar a estos estudiantes. Rosa Martínez, directora de una institución en Naguanagua, cuenta que con el apoyo de su equipo de psicólogos han creado un espacio de consejería en el que los estudiantes pueden hablar de sus problemas de manera confidencial. 

“Es un primer paso, y sabemos que no es suficiente, pero hemos visto que algunos niños que antes estaban completamente retraídos, ahora participan más, se sienten más seguros en el aula”.

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En algunos casos, los propios docentes buscan formas de guiar a estos estudiantes. Por ejemplo, Patricia Rodríguez, profesora de secundaria, explica cómo, a través de actividades vinculadas al teatro y la literatura, busca que los estudiantes expresen sus emociones. 

“Les doy personajes y situaciones en las que pueden hablar de temas difíciles. A través de los personajes, algunos logran verbalizar lo que sienten sin sentirse juzgados o expuestos”.

Para los especialistas, docentes y miembros de la comunidad que día a día ven el impacto de la violencia en los estudiantes de Carabobo, el desafío de crear un ambiente seguro para estos niños y adolescentes es inmenso, pero no imposible. 

“La clave es la intervención temprana, educar a estos niños en la resolución pacífica de conflictos y darles las herramientas emocionales necesarias para romper el ciclo de la violencia”, resalta la psicóloga Carla Méndez.

Para Cristal, Keiner y Antonio cada gesto de comprensión y cada espacio seguro que encuentran en sus aulas es un paso hacia una realidad donde la paz y el respeto sean, por fin, una norma en sus vidas.

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*Los nombres de los adolescentes fueron cambiados para proteger sus identidades. 

La fotografía principal fue generada con inteligencia artificial.

Dayrí Blanco

Dayrí Blanco

Corresponsal de la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y la Adolescencia (Agencia PANA) de Carabobo.

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