Falcón.- Ángel, de 16 años, pedalea más de cinco kilómetros para llegar a clases dos veces por semana. Vive en la vía nacional Falcón-Zulia, en el sector Llano Grande del municipio Urumaco, a dos horas de la ciudad de Coro. Pedalea con mucha fuerza en una bicicleta que él mismo armó. Para él, llegar a clase supone un enorme desafío: es un adolescente con hemiplejia cerebral derecha, lo que afecta el control muscular y la coordinación de su brazo derecho que utiliza para escribir y su pié derecho, dificultando el movimiento y las actividades cognitivas. 

Cursa quinto año de bachillerato en el Complejo Educativo Josefa Camejo de Llano Grande, al que asisten otros 110 adolescentes. Pero todos reconocen el esfuerzo que hace para escribir, para leer en voz alta y para hacer deportes. 

Nació con solo 5 meses de gestación,en el Hospital Universitario de Coro Doctor Alfredo Van Grieken. Pesó 2 kilos 600 y una talla de 45.5 cm y fue puesto en incubadora, donde presuntamente contrajo meningitis. 

A los sietes días entró en paro respiratorio. 

―A tu hijo no lo salva nadie― le dijeron los médicos a Rudí, su mamá. 

Al mes, seguía con vida. Y había mejorado. Tanto que fue dado de alta. 

Dejó de asistir a terapias de aprendizaje desde los 7 años porque sus padres no tenían dinero para pagarlas. Hoy, es un adolescente de pocas palabras, que sueña con un futuro: se imagina siendo el mejor mecánico de vehículos de alta gama, se imagina corriendo en competencias de ciclistas profesionales.

Fotografía de Jhonattam Petit.

Falta mucho al colegio debido a los intensos dolores de cabeza que le genera el avance de su enfermedad. No tolera el ruido, las muchas voces, la presión para copiar dictado y la presión para defender un proyecto educativo. 

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A Ángel solo le queda este año para culminar el bachillerato, pero duda sí podrá defender el proyecto final. Recuerda una mala experiencia: cuando debía exponer el anteproyecto se quedó en blanco. Su mamá, para apoyarlo, había decidido vestirse como él –camisa marrón y pantalón azul marino– y, desde donde estaba, a un lado, lo ayudó a recordar su exposición: le insistía que repitiera con él lo que escuchaba y poco a poco completó su intervención. 

Su calificación fue de 17 puntos. 

―Yo evalué el esfuerzo que hizo al pararse frente a un público, eso para mí valió mucho ―cuenta uno de los profesores que hacía de jurado. 

Los ángeles de Ángel 

―En el liceo todo es dictado pero él no agarra el dictado, nadie se va a sentar con él a dictar letra por letra porque para eso tiene que haber un maestro especialista, siempre he hecho la acotación que si un niño llega una condición así, debe haber un docente preparado para atender ―dice Rudí, su mamá y su principal compañera de clase. 

Rudí pide permiso en su trabajo para acompañar a Ángel a clases. Lo ayuda a sentirse seguro entre sus compañeros de clases, le ayuda con el dictado, los números, las exposiciones y cualquier otra asignación escolar.

Fotografía de Jhonattam Petit.

Ángel reconoce que física, química y matemáticas le resultan difíciles. Sus calificaciones son bajas y los 20 puntos que celebra se los debe a sus amigos que siempre lo involucran en las tareas grupales. 

―Sus compañeros no le dan los puntos de una exposición que sean muy extensos, siempre están pendiente que no le falte una clase ―dice la madre. 

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En el Complejo Educativo Josefa Camejo no hay orientadores, psicólogos y docentes especializados para atender a estudiantes con dificultades motoras y de aprendizaje. Este centro educativo ahora graduará a estudiantes con capacidades técnicas. Según la exministra de educación Yelitze Santaella “es necesario que el jóven se empodere del conocimiento para avanzar, innovar y transformar”, pero este complejo educativo sólo tiene cinco salones y una oficina. 

Los docentes buscan la forma de integrar a Ángel a las actividades culturales, deportivas e instrucción premilitar, pero al menos dos docentes consultados admiten no están preparados para atender nuevos ingresos con problemas motores o con dificultades para el aprendizaje. Opinan que el Estado venezolano debe dictar formaciones especializadas a docentes para ayudar a los estudiantes a mejorar sus capacidades de aprendizaje. 

La ayuda no es suficiente 

Los profesores ayudan a Ángel dándoles oportunidad durante todo el año escolar para que entregue un banco de tareas que acumula durante los tres lapsos. Las fechas de entrega es cuando Ángel logra terminarlas en casa. 

Se agobia de tantas asignaciones, mamá y hermanos en casa se sientan con él y lo ayudan a copiar en hojas sueltas. Sus padres son empleados públicos, el salario puede cubrir algunos alimentos de la canasta básica, pero no alcanza para comprar uniforme, libretas y colores. En casa no hay libros ni computadoras. Rudí debe investigar en las adyacencias del complejo educativo en donde desde su celular puede navegar en Internet.

―Yo escucho la clase, pero no se que me pasa, se me olvida ―dice Ángel.

Fotografía de Jhonattam Petit.

Su día preferido es el de educación física. Su profesor lo ayuda a entregar trabajos escritos o a hacer exposiciones breves sobre alguna disciplina deportiva para evaluarlo de ese modo. 

―Cuando me dictan la clase mis profesores me ayudan, pero pienso mucho, pienso en cómo se escribe lo que escucho, espero a mami para que me ayude―, confiesa mientras vuelve a afirmar que al salir del bachillerato sólo espera conocer más de mecanica, pero no tiene pensado ir a la universidad, lo mira como un imposible para su vida. Sólo sueña y se imagina como profesional del ciclismo y el mundo automotriz.