La semana pasada hice mención al plan preventivo Cada Familia, una Escuela. Esta iniciativa fue aprobada por el Ministerio para la Educación durante el tiempo de cuarentena. Entendemos el espíritu de la propuesta, mantener la educación en casa, que cale el mensaje de que no estamos en vacaciones y que los estudiantes deben mantener un ritmo de actividades escolares.
Hasta ahí todo bien. Incluso como eslogan resulta motivante, pero debemos estar atentos ante las desviaciones o excesos. Entendemos que hay un elemento fundamental que tiene que ver con la improvisación; debemos admitir que no estábamos preparados para una contingencia, ni siquiera de data más corta, y menos una como la que estamos viviendo (que nos resultaba inimaginable).
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La escuela no se puede trasladar al hogar
Establecer rígidamente que los niños y adolescentes tienen que levantarse a la misma hora de un día ordinario de clases, que se deban uniformar, sentarse a realizar las tareas o estudiar trasladando el horario para las distintas asignaturas y el tiempo de receso. Muchachos atiborrados de trabajos con la lógica de que no tengan tiempo para pestañear. No se puede replicar así sin más la rutina escolar porque la casa no reúne los elementos fundamentales que conforman el clima escolar: la presencia de los compañeros y el acompañamiento de los educadores.
Y para lograr lo anterior se pretende que los padres estén avocados a hacer cumplir el horario, supervisar los trabajos y explicar nuevos contenidos, para lo cual la mayoría no está preparada ni cuenta con las herramientas pedagógicas para hacerlo.
Asociaciones como Fe y Alegría han dado orientaciones para que los niños de preescolar y de básica dediquen dos horas en las mañanas para sus deberes escolares y los de media y diversificada tres horas. Recomiendan un horario donde se puedan distribuir actividades para la higiene y el cuidado personal, la recreación y el esparcimiento, el sueño.
Evitar más conflictos
No podemos ignorar que estamos en un momento especial: las familias están estresadas gestionando la manutención, la búsqueda de alimentos, de servicios básicos. La educación no puede convertirse en un factor de conflicto que genere más tensión y problemas adicionales en la convivencia que pudieran devenir en violencia y maltratos.
Debemos hacer de este un momento educable, no por la cantidad de horas dedicadas a hacer tareas sino por darnos el tiempo para analizar con ellos los aprendizajes, cuidados de la salud, del medio ambiente, de valorar la vida y constatar lo vulnerables que podemos ser. Darnos cuenta de lo necesaria que es la solidaridad, la convivencia ciudadana y comunitaria en momentos como los actuales.
Compartimos la importancia de que los muchachos no se desconecten del quehacer educativo, no añadirles una frustración adicional al pensar que están perdiendo el tiempo o se va a perder el año escolar. Mantener una rutina en casa que incluso les ayude a sobrellevar los tiempos actuales, pero debemos estar atentos con los excesos que mencionamos anteriormente.
No obviar la realidad de buena parte de las familias
“Las medidas que tomó el Ministerio del Poder Popular para la Educación con respecto a la evaluación son buenas, pero sucede que no todo el mundo tiene acceso a Internet y a los medios de comunicación necesarios para enviar los trabajos porque en Venezuela no se había aplicado nunca este tipo de estudio.
Nos exigen que cumplamos una cuarentena social colectiva y unas actividades escolares, pero no tenemos los recursos ni servicios básicos necesarios para cumplirlas a cabalidad.” Esta reflexión me la hizo llegar Anabella Lorenzo (12 años).
Es tiempo para desarrollar una actitud empática y no para la persecución. La exigencia de fotos con la comprobación de que el niño está haciendo la tarea. El hecho de que las familias deban enviar los trabajos a los docentes, estos a los directivos y así sucesivamente no es una dinámica factible para muchas personas, tal como nos lo recuerda Anabella.
El momento requiere una educación para liberar mentes y no para atrofiarlas.