
Diana Martínez es una de adolescente venezolana de 12 años que migró junto a sus padres en noviembre de 2024. Se despidió de sus seres queridos, y hoy atesora los mejores recuerdos de sus familiares, amigos y compañeros de clases.
Ella es parte de los 11 mil 600 de niños, niñas y adolescentes que, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), han abandonado Venezuela debido a la crisis humanitaria compleja que enfrenta la nación.
Su madre es Alejandra Sifontes, de 40 años de edad. “Nuestra calidad de vida no era igual. Comenzamos a enfrentar problemas económicos que nos obligó a cerrar nuestro restaurante en primer lugar, y luego a mudarnos de municipio a ver si probábamos suerte y nos iba mejor”, cuenta.
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Pero las cosas no mejoraron. Y fue entonces que la familia comenzó a separarse. En el 2015, Alejandra y su esposo se mudaron desde El Tigre, una pequeña ciudad del sur del estado Anzoátegui, hasta Puerto La Cruz, en el norte de esa entidad, pero dos años después Roberth decidió partir hacia Estados Unidos junto a su hija Rocío, quien ya había alcanzado la mayoría de edad.
Han transcurrido diez años y Rocío no ha logrado avanzar en sus estudios, puesto que desde que llegó a Estados Unidos asumió compromisos laborales para ayudar a su madre y a su hermana recién nacida.
Consecuencias migratorias
La meta de esta familia siempre fue trabajar en el reencuentro, sin embargo, el proceso no se dio como lo esperaban debido a las pocas oportunidades que encontraron Roberth y su hija Rocío.
En el transcurso de estos años, él formó un nuevo hogar, y Alejandra decidió darse una nueva oportunidad con su primer esposo, quien reside en Canadá, y cambiaron sus planes.“Lo que más me ha preocupado es la escolarización y posterior profesionalización de mi hija Diana, y cuando mi ex esposo, con quien me reconcilié, me pidió que nos fuéramos a vivir a Canadá, lo primero que le pedí es que el proceso de migración se diera bajo la legalidad correspondiente para que mi hija no perdiera su ciclo escolar”.
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Tras dos años de continuas solicitudes y gestiones de documentación, Alejandra y Diana lograron migrar a Canadá. “Lo que más me duele es haber dejado a mi familia, mis amigos y mi perrita Nala. Con quien conviví durante toda mi vida”, cuenta Diana con lágrimas en los ojos y visiblemente afectada.
Una vez que estuvo lista la documentación y habían adquirido sus pasajes con destino a Canadá, Alejandra solicitó en la institución donde la adolescente estudiaba que terminara de cursar el primer año de bachillerato de manera online. Añora sus clases presenciales y la compañía de sus amigos.
Al llegar a Canadá se encontró con un idioma que no dominaba y con un ambiente frío al que no acostumbraba estar.
“Lo más difícil ha sido compenetrarme con los canadienses y aunque ya comparto con algunos que he conocido, quisiera estar con mis amigos de Venezuela y me pone muy triste cuando me dicen que me extrañan”, dice Diana.
Su madre Alejandra intenta agilizar los trámites legales para que pueda iniciar las actividades escolares, pero mientras esto ocurre, terminará su primer año de bachillerato a distancia.
Giovanna Pellicani
Corresponsal de la Agencia de Periodistas Amigos de la Niñez y la Adolescencia (Agencia PANA) de Anzoátegui
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