Crecer en la crisis, ¿qué me quedará después del coronavirus?

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Son tiempos duros. Esa es la realidad y eso que, para los venezolanos, la vara de momentos difíciles suele estar particularmente alta. Pero está ocurriendo: estamos pasando por una crisis sin precedentes. Por primera vez, nos toca admitir que necesitamos el aire libre casi tanto como la energía eléctrica y que los abrazos nos resultan tan añorados como los productos en los anaqueles. 

Entonces, ¿qué hacemos? Lo que más me inquieta no es el no saber qué hacer ahora, si no el pensar que, cuando todo acabe -que acabará-, sigamos haciendo exactamente lo mismo. Y dirán: ¿pero qué culpa tenemos nosotros?, ¿acaso nos buscamos todo esto? Por supuesto que no. A veces no podremos comprender por qué debemos enfrentar ciertos obstáculos y este es uno de ellos. 

Pero, más allá de eso, me pregunto, con cierto temor: ¿cómo será el primer día en que podamos retomar nuestras vidas?, ¿será como un día común?

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Imaginémoslo por un momento. Nos despertaremos temprano y, aún medio dormidos, nos daremos un baño rápido, tomaremos cualquier cosa para desayunar durante el camino al trabajo y nos marcharemos. Muy apurados. Sin apenas haber podido hablar con nuestras familias. Sin habernos tomado cinco minutos de nuestra agenda para mirarlos, abrazarlos y decirles lo mucho que los queremos. Saldremos a la calle a enfrentar el día. Estaremos preparados para cuando llegue el momento de discutir con aquel que nos lanzó el carro en la calle o con la señora que quiso meterse por delante de nosotros en alguna cola. Siempre con la guardia alta. Siempre dispuestos a defender lo que es nuestro, porque alguien nos metió en la cabeza que “este mundo es de los vivos, no de los bobos”.

Lo que no nos contó ese alguien es que llegaría el momento en el que, tanto los vivos, como los bobos, estaríamos ante el mismo problema, la misma amenaza, igualmente vulnerables.

Allí, tal vez, cabría hacerse otra pregunta: ¿ha valido la pena?, ¿valió la pena la discusión con el señor en la calle o quejarme todo el camino hacia el supermercado porque me disgusta muchísimo salir de mi casa para ir a comprar? La respuesta a esa pregunta podría hacernos reflexionar sobre cómo y para qué estamos viviendo.

Reflexiones del porqué

Tal vez esto sucede para que despertemos, cambiemos y crezcamos.

Tomar estos días tan duros y convertirlos en algo bueno es la mejor manera de darle sentido a todo lo que ha ocurrido, a todos esos eventos importantes pospuestos, a todas esas familias que quedaron separadas, dispersas por el mundo, a todos aquellos que, lamentablemente, ya no están aquí.

Una cosa es segura, dentro de toda la incertidumbre: el mundo no será el mismo después de esto. Hagamos que ese cambio sea para bien. Mostrémonos compasivos con aquel que necesita de nosotros. Seamos lo suficientemente humildes como para entender que no, no podemos luchar solos contra todo. Entendamos que vivir significa aprovechar todas esas pequeñas cosas que componen este mundo y que son, precisamente, aquellas que hemos olvidado: ir hacia aquel familiar con el que vivimos pero casi nunca abrazamos, llevar a los niños a jugar al parque, poder disfrutar de ver una película en el cine, organizar una reunión de trabajo cara a cara, todos en la misma mesa, seguros de que nada malo nos va a ocurrir.

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No debemos juzgarnos. Entendamos por qué hemos levantado todas esas barreras. Vivimos en un mundo cada vez más competitivo, donde las necesidades son muchas y las posibilidades se reducen cada vez más. Todos hemos hecho lo que hemos podido y eso está perfectamente bien.

Sin embargo, es responsabilidad nuestra ser cada vez mejores. Tomar las dificultades y convertirlas en impulso. Defendamos el compromiso que tenemos con nosotros mismos y con nuestras familias de no dejar que los problemas nos derrumben, porque hemos podido con mucho y no tiene por qué dejar de ser así.

Intentemos, por más difícil que pueda ser, concebir este momento como una valiosa oportunidad para cambiar, para fortalecernos y para darnos cuenta de que sí necesitamos del otro y de que sí nos preocupa que todos estemos bien. Interesarnos por los demás no nos hace vulnerables, nos hace más auténticos, más sensibles, más humanos.

Sí, puede ser verdad, tal vez hayamos tocado fondo.  Quedémonos con la buena noticia: en este punto, cualquier movimiento que hagamos solo puede impulsarnos hacia arriba.