
Durante el transcurso de nuestras vidas, todos, en algún momento, nos hemos enfrentado a distintos desafíos que nos generaron dificultades. Bien sea entender y aprobar una materia en bachillerato o la universidad, ser capaces de socializar adecuadamente, aprender alguna habilidad nueva como manejar bicicleta o bailar salsa, entre muchas otras. Si nos damos cuenta, hemos afrontado y superado estos desafíos durante toda nuestra vida, desde que aprendemos a comunicarnos, movilizarnos, relacionarnos y a desenvolvernos de una manera productiva en nuestra sociedad.
Cuando se nos dificulta superar alguno de estos desafíos que se nos van presentando, nos da la impresión de que las demás personas avanzan en retos similares, mientras nosotros seguimos atascados en el mismo lugar. Podemos pensar ¿hay algo mal conmigo?, ¿será que nunca voy a poder superar esto?, ¿es normal que esto me esté pasando?
Responder estas inquietudes es uno de los retos que se presentan a los padres, ya que en múltiples ocasiones pueden encontrarse frente a la duda de si las dificultades que están presentando sus hijos pueden considerarse normales, tomando en cuenta su edad y desarrollo evolutivo; o si se trata de un problema que podría empeorar si no es atendido a tiempo.
Es importante entender que el desarrollo del ser humano puede comprenderse desde lo que es normal y esperado para ciertas edades; y a la vez, debe considerarse la individualidad de cada niño, desde sus factores genéticos y hereditarios hasta el ambiente donde se desenvuelve y las actividades en las que se desempeña. Ambas visiones son complementarias, ya que no podemos guiarnos solo por una sin considerar la otra.
Por esto, si bien hay que tener presente una guía general de las metas que nuestros hijos deben cumplir a cierta edad, es importante tener en cuenta que el ritmo de cada niño es individual, por lo que nos podemos permitir ser flexibles con el tiempo que dejamos pasar mientras ellos superan estos desafíos antes de preocuparnos. Sin embargo, esta flexibilidad no significa dejar pasar demasiado tiempo antes de que nos demos cuenta de que hay un problema.
De igual manera, cuando hablamos de que cada niño tiene su ritmo, también implica evitar la necesidad de hacer comparaciones con otros niños, bien sea familiares, amigos o conocidos. Esto puede generar expectativas que no necesariamente se ajusten a lo que nuestro hijo puede cumplir y llevar a frustraciones por nuestra parte y la de ellos.
Comprender esto tiene gran importancia, ya que nos permite identificar si el comportamiento que llama nuestra atención o nos genera conflicto, es esperable para ese momento del desarrollo, y a partir de esto, poder tomar una decisión con respecto a si se trata de un problema que debe ser atendido.
Otro elemento a tomar en cuenta, particularmente en lo que se refiere a la individualidad de cada niño, es que todos tenemos temperamentos distintos, que generan maneras diferentes en las que cada quien se relaciona con el mundo. Es decir, algunos niños pueden ser más activos, más distraídos o más retraídos en comparación con otras personas que conozcamos, sin que esto signifique necesariamente que presentan algún trastorno o condición que requiera atención especializada.
Antes de buscar ayuda
- Conversar con otros adultos significativos en el hogar para poder confirmar si nuestra percepción de alguna característica como un problema también es visto de la misma forma por otras personas. Además, los niños no se comportan de la misma forma con todos sus cuidadores, así que puede que estén ocurriendo conductas que sólo se presentan con nosotros o no estemos viendo algunas conductas que se están presentando con otras personas.
- Conversar con el personal educativo, es decir, los maestros, coordinadores y psicólogos escolares que se relacionan con nuestros hijos. Ellos cuentan con otra perspectiva del comportamiento de los niños; además de tener la oportunidad de observarlos e interactuar con ellos en un ambiente completamente distinto al hogar, ver cómo se relaciona con sus compañeros, cómo son sus procesos de aprendizaje, identificar elementos que se le dificultan y se le facilitan, entre otros.
- Conversar con nuestros chamos, ya que muchas veces tendemos a asumir las razones por las que actúan de cierta forma, pensamos que tienen flojera, fastidio, que quieren retarnos o que no nos quieren hacer caso. Sin embargo, lo cierto es que si no les preguntamos las razones de su actuar, no podemos saber a ciencia cierta qué es lo que están pensando. Si los niños y adolescentes no se sienten en confianza, difícilmente buscarán hablar sobre aquello que les causa malestar. Si asumimos las razones de su comportamiento sin saber sus razones, podemos generar una distancia que luego puede ser muy difícil conciliar.
Si nos damos cuenta, en los tres puntos anteriores hay un elemento común: la comunicación. Es una parte esencial de todas las relaciones humanas, y es la habilidad que nos permitirá poder proceder de la mejor manera posible, evitando asumir antes de preguntar, escuchando realmente al otro, expresando cómo nos sentimos nosotros y las cosas que nos molestan también. De esta manera, será mucho más sencillo lograr una mejor convivencia y poder identificar con certeza cuando algún comportamiento realmente representa un signo que amerite atención especializada.
¿Tengo que llevarlo a un psicólogo?
- Cuando observamos que se presenta un comportamiento cuyas características como frecuencia o intensidad están obstaculizando el desarrollo y desempeño en distintas áreas, ya sea el área académica, social o familiar.
- Muestran un cambio brusco de comportamiento que no podemos explicar.
- Presenta un cambio en su estado de ánimo, pudiendo mostrarse excesivamente apático, irritable, triste o melancólico.
- Comentan sobre su propia muerte, expresan que desearían no haber nacido, que los demás estarían mejor sin ellos, entre otros comentarios similares.
- Tienen miedo excesivo de estar solos y les cuesta mucho conciliar el sueño, además de presentar constantes pesadillas o terrores nocturnos.
- Presentan comportamientos agresivos, tanto verbal como físicamente.
- Actúan de manera inusual contra sí mismos como querer ingerir elementos no comestibles, jalarse el cabello de manera compulsiva, entre otros.
- Muestran comportamientos relacionados a la sexualidad que no corresponden a su edad, tales como el uso de gestos, palabras, o acciones que competen a prácticas de sexualidad adulta, las cuales difícilmente podría haber imaginado de manera espontánea.
- Cuando tienen una marcada dificultad para socializar, no logra integrarse a su grupo de compañeros y suele estar solo en el salón.
- Si es víctima de acoso, tanto escolar como cibernético.
- Cuando aparecen comportamientos que ya habían sido superados en etapas anteriores, como problemas en el control de esfínteres o en la regulación emocional.
- Si les cuesta el aprendizaje de alguna materia en particular, han intentado distintos métodos para aprenderla y no logra entender, o se frustra con mucha facilidad.
En resumen, se debe buscar ayuda profesional cuando notamos que nuestros hijos tienen dificultades que no logran resolver por sí mismos y nosotros consideramos que no contamos con las herramientas adecuadas para ayudarles a superar estos desafíos. Una orientación oportuna en un momento temprano del malestar puede permitir que el mismo sea atendido antes de que se agrave.