“Mi vida ha terminado”. Ese fue el mensaje con el que la adolescente Audrie Pott (15 años) se despidió en el Facebook. Momentos después, se suicidó. Tomó esta drástica decisión porque unos días antes unos compañeros de clase habían abusado sexualmente de ella en una fiesta mientras yacía inconsciente por los efectos del alcohol. Posteriormente, compartieron las fotos que se propagaron instantáneamente por las redes sociales.
Unos meses antes, Daisy Coleman (14) acusó a unos amigos de su hermano de haberla violado a ella y a su amiga Paige (13). Ambas chicas estaban al borde del coma etílico. Uno de los agresores admitió el crimen y confirmó la existencia de un video. No obstante, las chicas sufrieron el acoso de amigos y vecinos a través de las redes sociales.
La historia de estas adolescentes es la que recoge el documental Audrie y Daisy disponible en Netflix. Los directores Bonni Cohen y Jon Shenk, los mismos de Atleta A, no esconden su motivación fundamental por ser padres de dos adolescentes, reflexionan sobre la dimensión del fenómeno en la era que vivimos: “Desgraciadamente las agresiones sexuales son uno de los problemas más antiguos de la humanidad. Pero el nuevo problema es que cuando la chica despierta al día siguiente y se han compartido las fotos, un crimen privado se transforma en un crimen muy público de forma instantánea, creando una especie de plaza pública de la vergüenza online”, comenta Shenk.
Una película que hay que ver
Desde Cecodap recibimos una invitación de Ser Consultoría para realizar un cine foro virtual sobre el documental. Coincidíamos en que padres, maestros y las personas que trabajan con adolescentes deben ver una propuesta que documenta:
- El dolor, vergüenza y las heridas que se generan por el abuso y violencia sexual.
- Agresión proveniente de compañeros de estudios en las casas de algunos de ellos. No son desconocidos que utilizan lugares solitarios u oscuros.
- El alcohol como un factor desinhibidor presente en los casos relatados.
- El uso de las redes sociales como “paredón” para exterminar humana y moralmente a las víctimas.
- Adolescentes solos o desorientados. La falta de comunicación e información sobre las actividades de los adolescentes se hace evidente en el documental.
- Centros educativos igualmente ausentes, sin respuesta para una realidad que involucra a sus estudiantes porque las agresiones se realizan en actividades fuera de sus instalaciones.
Uno de los elementos más significativos es ver cómo, ante estos hechos, una parte de la sociedad se solidariza con los agresores atribuyendo la responsabilidad a las víctimas. Se entiende el hecho de que las chicas hayan asistido e ingerido licor como un tácito consentimiento para haber sido abusadas y las imágenes difundidas.
Profundas heridas emocionales
De principio a fin, el guión no da treguas para constatar las profundas heridas y dolor que la agresión y la exposición pública tienen en la vida de estas adolescentes. Daisy y sus familiares dan cuenta de sus ideas suicidas e intentos fallidos en lograr quitarse la vida como una forma de acabar con el sufrimiento.
“Creemos que dar voz a estas chicas es esencial porque, como se puede ver, el sistema judicial es un lugar donde se va a emitir un veredicto pero son casos muy difíciles de litigar y de probar”, afirma Cohen.
Los autores dejan claro en el documental que la mayoría de las víctimas permanecen en el anonimato y que la vergüenza, culpa y temor las mantiene sin voz.
Darle voz a las víctimas, difundir reuniones de chicas víctimas de la violencia en su adolescencia promovidas por una organización creada por Daisy, su contacto con autoridades y legisladores para denunciar sus casos y los de miles de víctimas a quienes se culpabilizó, matiza el sinsabor de la falta de justicia y la impunidad que se aprecia en los casos de las protagonistas.
Este sentimiento se acrecienta mucho más al conocer en días recientes que Daisy decidió poner un fin a los 23 años. El mensaje es contundente: las heridas pueden tener efectos muy lamentables. La educación sexual desde la infancia, estrategias de autoprotección, educación digital para el uso responsable de las redes, educación emocional para desarrollar empatía, que nuestros hijos asuman la responsabilidad por el daño que ocasionen a otros y eliminar la permisividad hacia la ingesta de licor en fiestas con niños y adolescentes deben tener un lugar preponderante en las familias y centros educativos.