Luego de casi tres meses de cuarentena, continuamos cumpliendo la medida de distanciamiento físico. Durante esta temporada, hemos recibido reportes de distintos sucesos y cambios en las personas que se han dado a partir de esta medida. Hemos visto que hay desde fatiga, aburrimiento, rechazo a las tareas, el no poder estar quietos; pasando por el miedo, la angustia, la sensación de agobio e e incluso llegando hasta casos más severos como el incremento en el consumo de sustancias nocivas y en episodios fuertes de violencia en el hogar.
Sin duda, de una forma u otra, el confinamiento nos ha afectado a todos de diferentes maneras. Asociado a esto, dentro de la diversidad de eventos que se han presentado, tenemos otra parte de la población a la cual hay que considerar.
Las dificultades de salud mental usualmente son resultado de un conjunto de situaciones estresantes que podemos experimentar en nuestra vida. Suelen ser de menor duración en comparación con aquellas relativas a la enfermedad mental. Si estas complicaciones persisten, y la situación personal va agravándose, entonces sí puede desarrollarse en una enfermedad mental.
Cambios en la cuarentena
Para algunos, es primera vez que sienten una alteración notoria a nivel emocional o de comportamiento: emociones desagradables que no habían sentido de una forma tan intensa antes, sensaciones corporales que no se justifican o tienen comportamientos distintos a como suelen ser. Otros ya han experimentado años atrás algo similar, y han resurgido estos problemas en el presente. Otros han empeorado en el curso del malestar que han vivido durante años, complicándose mucho más.
El presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría, Wilfredo Pérez, señala que hay un recrudecimiento de la afectación de la salud mental, y que estamos viviendo una “pandemia emocional”. El estigma de poder contraer la COVID-19 ha sido lo suficientemente pesado para afectar la psique de cualquiera, y aún más de aquellos con una condición psiquiátrica, quienes ya conocen de primera mano lo que es sentirse señalados y aislados.
El cuidado se hace más desafiante, puede haber rechazo a los tratamientos o dificultad para adquirirlos; a eso se le suma el acceso limitado a distintos centros de ayuda y demás restricciones que ha implicado la cuarentena en el día al día al que estábamos acostumbrados.
Si bien desde Cecodap nos especializamos en temas de infancia y adolescencia, el Servicio de Atención Psicológica se encuentra disponible para orientar a quien lo necesite. En comparación con meses anteriores, nos llama la atención el aumento de solicitudes que plantean circunstancias fuera de los motivos habituales, especialmente en adultos. Las personas están reconociendo que sienten un malestar, pero inicialmente no saben a dónde pueden acudir para recibir el apoyo más conveniente respecto a lo que les pasa.
Hemos podido identificar que los relatos de llanto frecuente y la dificultad para dormir son de los más comunes. Se suma la sensación de asfixia y presión en el pecho cuando hay pensamiento de poder tener el coronavirus. Esta presión se hace más fuerte, retumba la cabeza, las manos tiemblan, puede venir una sensación de desvanecerse o sentirse el impulso en las piernas de salir corriendo, el cual puede cumplirse, si su cuerpo responde a alguna instrucción que se le dé. Los ataques de pánico pueden ser desprevenidos e incontrolables.
Las sesiones de limpieza se repiten una y otra vez, con todo tipo de desinfectante que pudieron haberse conseguido, mas no parece ser suficiente.
Todo a lo que se estaba acostumbrado cambió. Quizás se perdieron algunas oportunidades laborales, algunos proyectos se estancaron, los amigos ya no pueden encontrarse como antes. Se siente muy solo todo esto. Ya no provoca hacer las cosas que nos gustaban, sólo está el pensamiento constante de todo lo perdido y ya nada será igual. Si todo está paralizado, ¿para qué hacer algo?
En este tiempo de distanciamiento social también podemos preguntamos si virus, el cual no se puede ver ni tocar, existe de verdad. A veces decimos que esto parece más un juego fabricado para controlarnos -seguro que es así y estás convencido-.
Las cuatro paredes, que para muchos es una señal de restricción, pueden sentirse que cada vez se achican más y se van reduciendo hasta un minúsculo cuadrado. Esos muros, inclusive, pueden hasta sentirse que no son seguros. Existe desconfianza en quienes te acompañan o tienes la sensación de que alguien de afuera está esperando el momento perfecto para entrar y atacarte. No sabes si quedarte o salir, y eso es mucho más angustiante.
Un reto de vida
La capacidad de adaptación de todos está siendo probada. Es un reto y son realidades duras, aún más desde la perspectiva de la enfermedad mental, con toda la complejidad que esta implica.
Las personas con condiciones psiquiátricas tienen una susceptibilidad muy alta al estrés y la incertidumbre vivida puede ser bastante abrumadora.
El poder gestionar de forma adecuada nuestras emociones más desagradables, el diversificar los recursos a los que recurrimos para afrontar las adversidades a unos más saludables y el crear un ambiente seguro, no sólo para nosotros mismos si no también para las personas a nuestro alrededor, pudiera ayudar a prevenir a que los escenarios difíciles no desemboquen en algo que se nos pueda salir de las manos.
Debemos proteger nuestra salud mental en la medida que podamos.
Afecto y empatía es vital en estos tiempos.