¿Azul o rosado?, dile sí a la crianza sin estereotipos de género

Primero que nada, hagamos un ejercicio: imaginemos que te acaban de dar la noticia de que un nuevo bebé va a llegar en unos meses y formará parte de tu familia. Todos en casa están muy emocionados y tú ya estás pensando en cómo se va a llamar, qué cuarto van a habilitar para él, de qué color irá a ser su cabello… Imaginas su llegada y no puedes estar más feliz. Sientes que aunque no lo hayas conocido todavía ya lo quieres incondicionalmente.

Pues bien, después de meses planificando su bienvenida llega el día. Por fin puedes conocer al nuevo integrante. Toda la familia está maravillada y ven a ese bebé cubierto de ropitas azules como el más hermoso del mundo ―aunque, objetivamente, no se diferencie demasiado de los otros bebés―.

En un abrir y cerrar de ojos pasaron los años. El pequeño de la familia ha crecido y un buen día, cerca de su cumpleaños número seis, hace algo que los descoloca: pide la muñeca que está de moda ―particularmente entre las niñas―. Esto nunca había pasado, ya que los años anteriores habías optado por comprarle figuras de acción, pistolitas de agua o plastilinas y él las disfrutó mucho. ¿Por qué ahora este cambio tan radical y extraño? O mejor dicho, ¿qué hacer ahora?

Pausemos el ejercicio aquí y pregúntate: ¿cómo te sentiste con la petición de ese regalo?, ¿crees que si esa situación hubiese ocurrido en la vida real, te hubiese generado incomodidad, malestar o preocupación?

Si la respuesta a eso es “sí”, no te sientas mal ni te angusties. Queremos que sepas que es normal y que eso se debe a los estereotipos de género con los que hemos crecido y que ahora le inculcamos a los niños.

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Estereotipos,

Cuando hablamos de estereotipos nos referimos a ciertas características o normas establecidas para un grupo de personas y que generalmente son pautadas por la sociedad. Siendo así, con estereotipos de género hacemos referencia precisamente a las convenciones sociales que han sido impuestas a lo largo de los años; las cuales rigen de alguna manera la forma en la que esperamos que los hombres y mujeres se comporten. Un ejemplo concreto de esto sería pensar que las mujeres son más sensibles o que los hombres suelen ser mujeriegos. 

Sin embargo, el hecho de que ciertas actitudes sean estereotipadas y que por ende se espera socialmente que se cumplan, no significa que sean los comportamientos más saludables ni que su efecto sea positivo. De hecho, muchos de los estereotipos se manifiestan sin que la persona esté consciente de ello y podrían ser la causa de malestares propios o, incluso, en los demás. Es decir, el hecho de que sea esperable o normativo no significa que sea lo más saludable, razonable o lo que deba suceder.

Los estereotipos, al ser actitudes que albergamos de manera inconsciente, se expresan de forma constante en muchas de las cosas que hacemos, decimos y pensamos cada día. A pesar de que estamos acostumbrados a esta forma de percibir el mundo, pueden generar para muchas personas sentimientos de incomodidad, presión, rechazo e inseguridad en sí mismos si no se cumple con lo que estos estereotipos indican que deben ser. 

Ahora, ¿por qué decimos que nos comportamos de esta manera de forma inconsciente o automática? Pues porque los estereotipos de género comienzan a ser inculcados en las personas desde el momento de su nacimiento o incluso antes, cuando la familia se enteró de que vendría un niño y fueron a comprarle la ropita color azul.

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Con respecto a lo anterior, podríamos preguntarnos si realmente es relevante el color con que pintamos las paredes del cuarto de la niña o los juguetes de acción que le compramos al varón, es decir ¿tanto alboroto por eso?

Efectivamente en Cecodap, consideramos que vale la pena reflexionar sobre este tema y su influencia en la crianza porque su efecto se evidencia no solo en elementos estéticos, sino que podría manifestarse a largo plazo en aspectos trascendentales como el emocional, el autoestima y la autoeficacia o la forma en la que nos relacionamos; es decir, la manera en que vivimos y nos relacionamos con nuestro entorno.

De esta forma, un niño o niña que haya crecido bajo la sombra de los estereotipos de género probablemente habrá construido su personalidad sobre una base parcializada, que impactará en áreas concretas de su vida como las ya mencionadas.

¿Cuándo le estoy reforzando a mi hijo los roles de género?

De nuevo: que a veces caigamos en este tipo de comportamientos no quiere decir que  automáticamente estés generando un trauma en tus hijos. 

Resulta fundamental entender que los estereotipos de género se instalan lentamente en nuestras vidas. Es la suma de elementos del día a día lo que acaba generando este efecto. Nosotros venimos de una crianza cargada de este tipo de estereotipos y no es sencillo modificar lo que nos han enseñado a lo largo de toda una vida. Sin embargo, siempre es bueno identificar con cuáles comentarios o comportamientos reforzamos sin querer los estereotipos de género en los niños. De esta forma trabajamos en cuestionar estos aspectos y les transmitimos que independientemente de sus gustos o preferencias, son personas valiosas, amadas e importantes. 

Por ejemplo, transmitimos las expectativas sobre los roles de género cuando:

  1. Sugerimos cómo y cuándo deben expresar aspectos de sus emociones.

Comentarios como “los niños no lloran” o “estaba llorando como un niña” envía el mensaje de que el llanto es una respuesta relacionada al comportamiento femenino y, por tanto, no es apropiada para los varones. 

Si un niño no puede llorar, tendrá que buscar otra manera de expresar sus emociones, ¿no?. Cohibirlos de esta manera al presentar un comportamiento tan natural y necesario como lo es llorar podría ocasionar que más adelante recurran a conductas agresivas o violentas cuando se sientan emocionalmente abrumados, como gritar o golpear objetos ―las cuales serán socialmente más aceptadas pero mucho más perjudiciales―.

Lo mismo ocurre con las niñas cuando les reiteramos constantemente que lo normal es que necesiten de un hombre para poder resolver aspectos de su vida porque son frágiles en su condición de mujer y no podrían lograr ciertas cosas sin la ayuda o dirección de un hombre. Si ese sentimiento de fragilidad se instaura en la personalidad de esta niña, posiblemente crezca para ser una mujer emocionalmente débil, insegura del valor de sus sentimientos y hasta dependiente. 

  1. Relacionamos el género con la condición física.

Si bien es indudable que biológicamente hay diferencias entre hombres y mujeres, muchas veces podemos encasillar los cuerpos femeninos y masculinos atribuyéndoles características que, cuando no están presentes, pueden generar incomodidad en la persona, sobre todo si se trata de un adolescente. 

Por ejemplo, idealizar el cuerpo de una mujer al esperar que sea delgadita, pequeñita o finita, sin duda podrá ocasionar que cualquier niña, adolescente o mujer que no sea delgada o que tenga un cuerpo más grueso de lo esperado se sienta extraña o incluso menos mujer que las demás. 

De la misma forma, un varón que no tenga una contextura gruesa, que no sea fuerte o que no tenga barba podrá incomodarse al punto de ver amenazada su hombría. De aquí surgen entrenamientos excesivos, dietas perjudiciales, operaciones y demás alternativas radicales.

  1. Asumimos sus habilidades y aptitudes.

Esperar que el niño crezca para ser médico y la niña para ser maestra refleja los prejuicios que podemos albergar en torno a las habilidades que pueda tener una persona dependiendo de si es hombre o mujer. Evidentemente, esto podrá influir en las decisiones que tome ese niño, niña o adolescente a la hora de  pensar sobre el curso de su vida. 

Si la niña quiere ser futbolista profesional o el varón quiere ser bailarín, lo mejor que podemos hacer por ellos es apoyarlos para que sean los mejores. 

  1. Imponemos nuestras expectativas sobre su futuro.

“Todas las mujeres sueñan con ser madre, es a lo que deben aspirar, los hombres por el contrario deben trabajar todo el día porque deben mantener la casa”.

Esto es lo que, al menos hasta hace pocos años, regía las vidas de las familias venezolanas. Fomentar en las niñas el deber de ser madres puede ser una creencia limitante, que en definitiva no basta para definir quién es una persona o el éxito en su vida. Impulsemos más bien el deber consigo mismos de ser lo que quieran ser, cuando quieran serlo.

Ningún padre o madre nace aprendido. Siempre vamos a tener expectativas sobre en quién se convertirá nuestro hijo. Sin embargo, este es un buen momento para reflexionar sobre si nuestras expectativas o estándares están orientados hacia sus capacidades, el potencial que tiene para lograr objetivos, las habilidades que posee, o si por el contrario están relacionados con las actividades que realiza o los gustos que tiene. 

Recuerda que tu hijo será mejor persona en tanto se sienta aceptado, satisfecho, pleno y feliz, independientemente de si viste de azul o de rosado.