La culpa, un morral muy pesado

Ricardo, de 45 años, en uno de los talleres con familias de Cecodap contó que de niño recibía  sanciones muy fuertes de sus padres cuando se equivocaba o cometía algún error. Se sentía culpable y muy mal consigo mismo. Su madre venía de una familia que sufría de hipertensión. Cuando hacía algo que la  ponía muy molesta le gritaba: “¡me tienes con la tensión alta, me vas a matar! Eso también lo repetían sus abuelos y tíos.

Cuando de verdad le subía la tensión al familiar, Ricardo se sentía culpable. Lo asociaba con su proceder. Fue creciendo con una sensación de desprecio hacia sí mismo. Solía sentirse desvalorizado y con baja autoestima. Cada vez  que tenía que asumir un compromiso se sentía atrapado por estrés y ansiedad. Su elevada auto exigencia lo convertía en un niño obsesivo, siempre insatisfecho con lo que era, sentía y hacía. Era buen estudiante, no era un niño feliz, no tenía tiempo de experimentarlo, las exigencias internas y del entorno no dejaban espacio para ello.

La culpa era como una especie de sombra que lo llevaba a comparar permanentemente lo que había hecho con lo que podía hacer mejor, privándose de disfrutar lo alcanzado. En su casa se lo reforzaban cuando llevaba sus calificaciones y mostraba los 18 puntos logrados y su mamá de decía: “pudieras haber sacado 20 puntos, debes esforzarte más y lo lograrás”.

La culpa es una emoción paralizante. No es algo innato, se aprende de los adultos significantes en la familia, escuela y demás espacios de socialización. Si no se gestiona bien, afecta la personalidad y la relación consigo mismo; y con los demás.

Históricamente los adultos han utilizado la culpa como un método correctivo basado en la crítica, juicios y exigencias rigurosas. Ciertamente es importante formar para asumir las consecuencias de los actos y para la responsabilidad. Una cosa es la persona y otra su proceder. Descalificar a la persona genera culpa; analizar los hechos genera reflexión y aprendizaje sobre el proceder, con posibilidades de resarcir el daño y rectificar haciéndose responsable de sus actos.

Ricardo desde niño se sentía inseguro. Le aterraba cometer errores, fallar y equivocarse. Aunque sabía que eso era parte del aprendizaje, lo que pensaba no se correspondía con lo que sentía.

Cuando la culpa lo asaltaba se autorecriminaba, sentía vergüenza de sí mismo, le venían a la mente las frases de sus padres cuando cometía algún error: “Yo lo sabía”, “Tú siempre” ,“ Te lo dije”…

Cuando sus padres decidieron separarse, llegó a sentirse culpable por no haber podido hacer nada para evitarlo. Se esforzó por llenar afectivamente y económicamente el vacío que había dejado el padre, cosa que no lograba, era hijo único. Su mamá comenzó a sufrir de episodios de hipertensión más severos y seguidos. Siendo adolescente Ricardo empezó a sufrir de la tensión, era como que padecer lo mismo que su madre mitigara su culpa porque la conectaba a ella.

Decidió comenzar a realizar psicoterapia. Al entorno le extrañaba que estuviera tratándose con un psicólogo. Había logrado convertirse en un comunicador reconocido. Trabajaba en un medio de comunicación importante. Pero en su fuero interno el sentimiento de no merecimiento seguía presente.

El Síndrome del Impostor

En su afán de buscar las respuestas que no lograba conseguir en la psicoterapia, indagaba mucho sobre psicología. Encontró un término con una explicación con la que se sintió identificado. Se trataba del Síndrome del Impostor. También denominado el Síndrome del Fraude.

No se trata de una enfermedad mental formalmente reconocida. No se encuentra en el Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. Fue acuñado por las psicólogas clínicas Pauline Clanse y Suzanne Imes (1978).

Según este síndrome se puede tener una carrera exitosa, tener títulos académicos, recibir elogios y no creérselos. No se es capaz de reconocer y aceptar que lo logrado es por el esfuerzo y dedicación, por los talentos.

A Ricardo le atrajo lo planteado por este síndrome por su incapacidad de internalizar sus logros y sentía miedo de ser descubierto como un fraude.

Hasta la próxima resonancia.

Publicado en Caraota Digital.

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