A pesar de que sabemos que las emociones son parte de la naturaleza humana, muchas veces nos empeñamos en negarlas y preferimos que no se muestren ¿Por qué?
Esto se remonta a nuestra crianza. Aquella en donde esa expresión emocional era muy rechazada por los padres y no se nos permitía llorar ni estar molestos o en la que simplemente debíamos guardar todo eso que sentíamos. Aprendimos muy poco sobre la gestión de las emociones en casa y es por ello que cuando vemos a nuestros hijos expresándolas, no sabemos cómo ayudarlos; más bien les exigimos que no lloren, nos molestamos cuando se molestan y a veces hasta la risa o la diversión nos parece inapropiada o fastidiosa.
Esto nos invita a reflexionar: ¿Por qué me molesta tanto que mi hijo se exprese? Al identificar ese por qué estaremos en mayor capacidad de saber qué hacer. Es muy probable que tengamos que empezar por nosotros, dedicando tiempo a entender nuestro propio mundo de emociones y cómo reaccionamos ante lo que sentimos. Así como también será importante entender el desarrollo emocional de los niños.
Desarrollo emocional en la niñez
A lo largo de la niñez el cerebro se va formando, desde lo más primitivo hasta lo más racional. La primera parte en formarse es aquella más básica e instintiva, vinculada a mecanismos de supervivencia, por lo cual es muy reactiva y desata conductas de lucha o huida. Luego, se forma la parte del cerebro que domina el mundo de las emociones; y por último, se desarrolla la parte racional, aquella que nos permite analizar, planificar y reflexionar y ésta termina de formarse por completo en los inicios de la adultez.
Al ser un desarrollo progresivo, en la primera infancia casi todos los comportamientos del niño están guiados por las partes más primitivas del cerebro, es por esto que son tan explosivos y reactivos. Sólo viven las emociones pero no pueden entenderlas ni regularse por sí solos, es decir, no pueden responder como muchas veces esperamos que lo hagan, de forma consciente, reflexiva, calmada. Fisiológicamente no están preparados para hacerlo por sí solos, requieren de guía, apoyo y ayuda. Es por ello que el papel de los padres es clave para que poco a poco se empiecen a formar esos aprendizajes, esas conexiones neuronales que permiten que las partes más primitivas no sean las que tengan siempre el control, sino que la parte racional empiece también a tomar partido progresivamente.
Al no atender esas emociones, ignorarlas o cohibirlas, esa parte emocional del cerebro del niño queda activa por mucho más tiempo y sin posibilidades de acceder a la racional. El niño se mantiene desregulado y surge en ellos el estrés, la desesperación y la angustia. Quedan atrapados en el malestar y pueden recurrir a formas destructivas de expresar lo que sienten.
Es el acompañamiento, la contención y el estar presentes para hablar de lo que sienten, lo que les permite regularse. Así mismo, al ayudarlos a manejar ese espiral de emociones, estamos fomentando que con el tiempo, puedan hacerlo por sí mismos. Necesitan ir aprendiendo cómo calmarse y hablar de sus sentimientos, aún no lo saben y esa guía proviene de los padres.
Si lo pensamos, cuando nosotros tenemos un problema, ¿nos agrada sentir que nos enfrentamos a eso solos y que no contamos con nadie? La verdad es que en esos momentos queremos que las personas que nos quieren estén ahí para nosotros, haciéndonos compañía, escuchándonos, sin juicios y sin análisis.
Veamos un ejemplo de acompañamiento:
Nuestra hija no desea irse de casa de su amiguita. Para ella es muy triste que su tiempo de juego haya acabado y se pone a llorar. Entendemos que esto es duro para ella y se siente mal. Sin embargo, es hora de irnos. La ayudamos a calmarse acercándonos. Le preguntamos si desea que la abracemos y conversamos con ella de forma amable. Escuchamos lo que dice sobre esta situación, y luego, le decimos que entendemos lo que siente. Validamos esa emoción. Finalmente, le explicamos que en otra oportunidad podrá ver nuevamente a su amiga. La acompañamos a despedirse y salimos de la casa. Ella puede pasar llorando un rato porque se siente triste, pero el acompañamiento que demos desde el amor, la ayudará a sentirse mejor y calmarse.
Es importante que los niños sientan que es válido sentir rabia, tristeza, pero esas emociones nunca justifican situaciones de violencia, de agresión o de irrespeto hacia otras personas, es por ello que la clave está en enseñar formas apropiadas de expresarlas.
10 recomendaciones para acompañar sus emociones
- Empatizar con el/la niño/a. No minimizar su malestar por situaciones que a nosotros nos pueden parecer de poca importancia. Pedir permiso para abrazar, acercarse.
- Hacer preguntas de curiosidad: “¿cómo te sientes?”, “¿me quieres contar qué pasó?”. No interrogar.
- Ayudarles a identificar sus sentimientos. Se les ejemplifica con situaciones que están viviendo o situaciones que ellos conocen. Se puede recurrir a historias y personajes.
- Ayudar a los y las niñas a ponerle nombre a lo que sienten. Por ejemplo, si se ven molestos decirles, “me parece que no te gustó eso y por eso estás enojado”.
- Es importante que se promueva la expresión de sentimientos tanto en hombres como en mujeres, dejando de lado los estereotipos de que “los hombres no lloran” o “las mujeres son sensibles”.
- Animar a los y las niñas a que hablen de las situaciones que les hacen sentir animados, contentos, tristes, molestos, nerviosos o preocupados.
- Validar las emociones que nos manifiestan. Escuchar y aceptar cómo se siente el/la niño/a.
- Normalizar cómo se sienten “yo también me he sentido así”. Mostrar que nosotros también hemos vivido y pasado por lo que ellos pasan.
- Ayudarlos a reconocer y separar los sentimientos del comportamiento, diciendo algo como “sé que estás molesto, pero no es aceptable que grites a los demás”
- Ayudarlos a diferenciar sus sentimientos y los de los demás, al decirles y aclararles cosas como “sé que ahora te sientes frustrado, pero cuando golpeas las cosas, tu hermana se asusta”.