Independencia en adolescentes, ¿un sueño o una pesadilla? | Parte I

Ver crecer a un niño puede resultar conmovedor. Llega ese momento en el que ese pequeño bebé ya camina, conversa, asiste a la escuela, se desenvuelve con otros fuera del hogar, va ganando más habilidades y cumple con metas que antes eran muy grandes. Van alcanzando cada vez más logros desde lo personal y social, lo cual es un camino largo y constante, si lo comparamos desde el momento del nacimiento. Así, observamos cómo cada vez va ganando mayor independencia. 

El paso a la adolescencia es cuando todos (tanto tú que lees, como yo que te escribo) nos enfrentamos a los mayores cambios. No sólo desde lo físico, sino también sociales y personales, en el desarrollo y fortalecimiento de la identidad propia. Como si fuese una plastilina, nuestro carácter y temperamento se moldea por las experiencias que tengamos con nuestras relaciones con otros. Esto abarca los estilos de crianza de nuestros familiares y aquellos vínculos que establezcamos con nuestros pares, con quienes nos sintamos identificados y con quienes no tanto. Es un trabajo personal que se encuentra en proceso y en la adolescencia continuamos elaborándonos a nosotros mismos.

En esta parte del camino, la búsqueda de mayor independencia trae consigo conflictos habituales en el hogar. De hecho, puede ser algo bastante complejo, ya que ante una situación que un adolescente exija poder realizar una acción que considere un logro valioso para sí mismo es muy común que se den situaciones en las que aparezca la frase “¿para eso sí estás grande y para lo otro no?”. Un ejemplo que puede resultar familiar para varios sería: “para salir con tus amigos hasta que se haga de noche eres responsable, pero para tener tu cuarto ordenado no”. También pueden darse situaciones al inverso, donde el o la adolescente se planteen: “si suelo limpiar mi cuarto y cumplir con mis deberes y cuando me gustaría ir a una reunión con amigos sin que mis padres estén, ni lo piensan, ahí sí estoy muy pequeño”. Vemos así, como tanto padres e hijos llegan a diferir en aquellos hitos que pavimenten la vía de la emancipación, en cuanto al momento y la cantidad de libertad que se considere más adecuada.

Lea también: «Crece pronto muchacho», el anhelo de padres y madres que quieren hijos maduros

Si tienen “demasiada” libertad, puede que se sienta que los chamos puedan “salirse de nuestras manos”. Si existen muchas restricciones, quizás por un deseo del adulto por mantenerles a salvo o por evitar que existan fallas en el camino, también puede significar un desafío mayor cuando llegue el momento de enfrentarse ante retos comunes del día a día. Especialmente porque puede que los adolescentes se sientan invalidados, al no haber confiado en ellos anteriormente y sin las herramientas necesarias para hacerles cara, por no haber tenido la experiencia. 

Llegar a un punto de equilibrio donde se ofrezcan las oportunidades en las que el adolescente pueda explorar y vivir sus propias experiencias, donde pueda enfrentarse al riesgo a equivocarse, dentro de los sanos límite y así ir ganando mayor conocimiento sobre qué les funciona y qué no, sería lo ideal para ir aprendiendo sobre la independencia. Llegar a este balance puede ser un proceso complejo, donde la negociación y el ajuste de términos va a estar presente constantemente. No es incurrir en soltarles la mano a muy temprana edad y que se manejen absolutamente solos, pero tampoco será medir y evaluar cada paso que den con sumo detalle para que cumplan todo con la mayor perfección que se pueda esperar.

He allí el valor de que sea un proceso acompañado por los adultos. ¿Por qué? Si bien es una transición desde la postura donde se estila que en los adultos recae toda la responsabilidad en el funcionamiento de la vida cotidiana y el cuidado de los niños en muchas áreas de la vida, en la adolescencia lo que se busca es consolidar el aprendizaje y ofrecer que vivan las experiencias que necesitarán atravesar para ser adultos independientes en los próximos años. Todavía necesitarán de tu guía, pero es eso, una orientación.

¿Puedo fomentar la independencia en mis hijos? Lee la Parte II aquí