«Crece pronto muchacho», el anhelo de padres y madres que quieren hijos maduros

No creo que haya una sola persona cuyos padres no le dijeran al menos una vez: “¿si tus amigos se lanzan por un barranco (puente, u otro sustituto) tu también te lanzas?”. Cuando somos adultos inevitablemente hemos vivido la adolescencia, momento en el que nuestros amigos representan lo más importante del mundo. Sin embargo, los padres esperan que se produzca una especie de transformación mágica que lleve a que los hijos, al cumplir 18 años, sean cubiertos por el manto de la adultez y la autonomía. Por eso es que cuando el comportamiento de los adolescentes deja señales de ser influido por la opinión de otros se produce un cortocircuito. ¿Cómo manejamos esto?

Es posible entender por qué los padres desean que sus hijos sean personas capaces de tomar decisiones basadas en su criterio y valores. Para que ese objetivo a largo plazo pueda alcanzarse debe haber un proceso que lo haga posible. No esperaríamos obtener frutos de un árbol que no hemos planteado, ¿cierto? Bueno en la crianza ocurre algo parecido, para poder cosechar la autonomía anhelada debemos promoverla. Pero, ¿desde cuándo debemos hacerlo?

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Sin dudarlo debo decir que tan pronto como el niño sea capaz de tomar decisiones es conveniente estimularlo a que pueda hacer elecciones. Cosas tan sencillas como preguntar “¿qué camisa quieres usar?”, “¿qué prefieres comer?” tienen un profundo impacto en la vida de nuestros hijos. Transmitimos con ellas la confianza de que nuestros hijos son valiosos, su opinión importa y que confiamos en ellos. No podemos esperar que sean capaces de tomar las grandes decisiones que afectarán el curso de su vida si no les permitimos participar de los procesos cotidianos de la vida.

Pensemos por un momento que si nuestros hijos no sienten la confianza para poder decidir aspectos de su día a día, cómo serán capaces de oponerse a situaciones en las que su vida corra algún peligro. Especialmente si el mensaje de fondo es que las personas importantes de su vida pueden decidir por ellos. Es por esto, que incentivar la toma de decisiones en la vida de los niños es clave, porque va generando las bases que abran la posibilidad de alcanzar a su tiempo la adultez.

Esto no significa en lo absoluto dejar que los niños “hagan lo que les dé la gana”. Por el contrario, los adultos podemos controlar las opciones que le ofrecemos a los niños, la mayor parte del tiempo. Ésta es otra forma de poner límites. Estamos acostumbrados a pensar que los límites son prohibiciones, cuando realmente los límites nutritivos tienen que ver con reducir la complejidad de la experiencia. 

En este acto de ofrecer alternativas, fomentar la toma de decisiones y ayudarles a aceptar las consecuencias que se derivan de las elecciones que hacen van fomentando un desarrollo maduro, el cual permitirá a su vez alcanzar la adultez de forma plena. Si nos detenemos a pensar por un momento, ser adulto no tiene que ver exclusivamente con la mayoría de edad, me atrevería a decir incluso que no son sinónimos. Ser adulto tiene que ver con ser capaces de estimar riesgos, hacer balances entre los costos y beneficios y asumir las consecuencias de nuestros actos.  

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