¿Qué es ser mujer? ¿Cómo puede responderse esa pregunta más allá de lo que la sociedad parece definir en función de la tradición? ¿Cuáles son los deseos de una mujer? Estas preguntas son valiosas para pensar la definición de mujer desde la heterogeneidad de expresiones que puede incluir la identidad femenina.
Reflexionar sobre lo que implica ser mujer es tomar en cuenta condiciones culturales de la definición de los roles de género, condiciones biológicas y fisiológicas típicas de la construcción sexual, y poner sobre la mesa la equidad de género.
Sin embargo, poco se habla de lo que puede una mujer desear en verdad. Posiblemente nosotras mismas nos lo cuestionemos una y mil veces, cuando vivimos queriendo ser siempre vistas bajo una luz positiva: la madre perfecta, la esposa ideal, la amiga leal, el cuerpo esbelto, la vecina amable, la jefa competente y empoderada… En el día a día podemos terminar envueltas en imágenes que otros ponen en nosotras y que, al mismo tiempo, hemos decidido asumir como nuestras y poco es el espacio que le dedicamos a conectar con quién soy yo como mujer. Estas reflexiones las hace la psicóloga y escritora Polly Young-Eisendrath en su libro La mujer y el deseo.
Muchas mujeres pueden llegar a definirse a sí mismas bajo el rol de la maternidad. Mis pacientes y amigas me comentan que ser madre “lo ha cambiado todo”. He escuchado frases como: “ahora no puedo pensar en mí, primero está mi hijo” o “yo siempre buscaré que él sea feliz, ahora tengo demasiadas responsabilidades por él, por sus sueños, por su vida.”
Sin duda alguna, la maternidad es una vivencia significativa en la experiencia de la mujer, un compromiso a largo plazo en el que se hace importante otorgarle prioridad a esa nueva vida. Indiscutiblemente, de todas las decisiones que una mujer pueda elegir en la vida, la maternidad conlleva un cambio radical y para algunas ello forma parte de su identidad. No obstante, no todas quieren y desean ser madres, otras mujeres se plantean diversos objetivos en lo laboral o personal, reconociendo otras posibilidades de ser que las llevan a postergar o desistir de la maternidad.
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En este sentido, realmente pareciera complejo definirnos sin un rol que cumplir. ¿Quién soy sin ser madre, esposa, jefa, hija, amiga, hermana, amante, entre otros? Esto puede implicar que asumamos que nuestra vida realmente adquiere sentido cuando formamos vínculos con otros. Sin embargo, definirnos desde un rol es encasillarnos como mujeres. Como lo explica la doctora Young-Eisendrath, ser mujer implica una experiencia compleja en la que no hay que llegar a un concepto único, puesto que existe una variedad de expresiones que cada mujer puede construir desde su propia historia y subjetividad, sin dejar de lado que todo ser humano también construye su identidad a partir de lo que el otro piensa de él.
Es por ello que uno de los elementos cruciales para poder definir o construir identidad gira en torno al deseo o motivación que cada persona experimenta, esa posibilidad de decidir por sí mismo aquello que realmente anhelas. Como lo ha planteado Erikson en su teoría del desarrollo humano, “la identidad es sentirse vivo y activo, ser uno mismo y sostener lo que me es propio”.
Partiendo de ello, para encontrar nuestros deseos como mujeres, tomando en cuenta la cultura que nos rodea y nuestros vínculos, debemos volver a nosotras mismas, intentar soltar (aunque sea por un momento) nuestros roles como cuidadoras de los demás e indagar en nuestras propias necesidades y motivaciones. Debemos pasar de ser el objeto de deseo del otro para ser el sujeto de nuestros propios deseos. Esto implica conocer y reconocer nuestros deseos y hacerles el lugar que merecen en nuestras vidas.
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Lo anterior me hace pensar en las palabras “empoderamiento femenino”, concepto que ha tenido diversos enfoques asociados al feminismo, equidad de género y formulación de nuevas legislaciones. Sin embargo, yo quisiera quedarme con una idea que escuché del psicólogo y profesor de la Universidad Central de Venezuela, José Youssif, quien plantea que el empoderamiento es tomar poder sobre lo que nos pasa, y para ello es necesario poder relatar nuestra historia e indagar en nuestros movimientos, en las acciones que tenemos con nosotros y con los demás, en saber qué soñamos, cómo sentimos. En el momento en que logremos liberar nuestro cuerpo y mente de las ataduras, tornillos simbólicos y resistencias culturales se liberarán nuestros deseos y placeres. Posiblemente para llegar allí se necesiten unas cuantas sesiones de psicoterapia, pero sólo con empezar a cuestionarnos, preguntarnos y auto-descubrirnos vamos encaminadas.
No quisiera cerrar sin antes recordar que este 8 de marzo es un día para también alzar la voz por todas aquellas mujeres que han luchado por su libertad, por las que ya no están y por las que aún seguimos en esa lucha. Qué difícil es ser mujer y realmente empezar a creer que sí podemos decidir y ser libres sin que nada malo nos pase.
Isolmar Paradas
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