Equidad tiene el turno // Ellas no tienen que ser infelices por siempre

Tulizo era una adolescente cuando la milicia llegó a su aldea en la República Democrática del Congo. Los hombres armados escogieron a tres muchachas como ella, las violaron y luego las mataron. Otro grupo, en el que estaba Tulizo, fue llevado al campamento de aquellos hombres en plena noche. Fueron abusadas durante dos semanas seguidas hasta que una noche lograron escapar. Al llegar a la aldea muchos padres se alegraron. “Pero mi padre no estaba feliz”, recuerda Tulizo. “Él dijo: Volviste después de que te violaron y trajiste una maldición, debes irte. Mi madre se encargó de mí. Hasta que un día di a luz”. Tulizo calla y no cuenta más.  

Su historia es común en la República Democrática del Congo desde finales de la década de los 90, cuando grupos irregulares pagados por grandes multinacionales comenzaron a arrasar aldeas y territorios para adueñarse de los yacimientos de cobalto, estaño, tungsteno, oro y otros minerales.

Las milicias se pelean constantemente el poder sobre las minas. Se esconden en los bosques y llegan a las comunidades habitadas, a menudo aisladas y pobres, con armas largas y amenazas de muerte. Disparan a discreción y violan a las mujeres, niñas y adolescentes. La violencia sexual es en estos casos un arma de guerra: impulsa el abandono de las aldeas. Familias enteras se ven obligadas a desplazarse a las ciudades o a otras provincias congoleñas, donde no tienen tierras para cultivar y sostenerse económicamente. El tejido social se destruye: los hombres abandonan sus hogares, bajo la firme creencia de que una esposa o hija violada es una humillación, una vergüenza. Y si no se van de casa obligan a las mujeres a irse. El peso cae sobre la víctima. 

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“La preocupante realidad es que la abundancia de nuestros recursos naturales es la causa fundamental de la guerra, la violencia extrema y la pobreza extrema. Nos encantan los coches bonitos, las joyas y los aparatos. Yo mismo tengo un smartphone. Estos artículos contienen minerales que se encuentran en nuestro país. A menudo son extraídos en condiciones inhumanas por niños pequeños, víctimas de intimidación y violencia sexual”, advirtió el doctor Denis Mukwege en su discurso tras recibir el Premio Nobel de la Paz el 5 de octubre de 2018. 

El doctor Denis Mukwege. Foto de Endre Vestvik. Facebook City of Joy

Mukwege es un ginecólogo congoleño, especializado en tratar sobrevivientes de abuso sexual y tortura genital. Es el fundador del Hospital de Panzi, en Bukavu, en el cual atiende y opera estos casos. Lo llaman “el hombre que repara a las mujeres”. Para el momento en que recibió el Premio Nobel de la Paz se estimaba que él y su equipo habían tratado a más de 30.000 víctimas de violación. Recuerda con dolor el día que recibió en el hospital a una niña de no más de 2 años que sangraba profusamente. La instrucción fue llevarla al quirófano y, cuando él llegó a la sala, notó que todas las enfermeras estaban sollozando. En su discurso durante la ceremonia de los Premios Nobel en Oslo, Mukwege explicó qué había ocurrido: “La vejiga y los genitales y el recto del bebé estaban gravemente heridos. Por la penetración de un adulto. Rezamos en silencio: Dios mío, dinos que lo que estamos viendo no es cierto. Dinos que es un mal sueño. Dinos que cuando despertemos todo estará bien. Pero no era un mal sueño. Era la realidad”.

En poco tiempo atendió a decenas de niñas y niños violados en condiciones similares y el doctor se dio cuenta de que en el quirófano sólo encontraría una respuesta a las consecuencias inmediatas del problema, pero no una solución para combatir sus causas más profundas. En ocasiones, los aldeanos conocían a los culpables de los crímenes, pero les temían. Así que llamar a las autoridades no era una opción. 

Un proyecto para sanar juntas

Conocí la labor del doctor Mukwege en el documental City of Joy (Ciudad de la Alegría), de la cineasta Madeleine Gavin. El largometraje lleva el nombre de un refugio en Bukavu al que acuden las niñas, adolescentes y mujeres que fueron víctimas de violencia sexual para recuperar su salud física, mental y espiritual y cambiar su dolor por una poderosa fuerza de acción para la prevención del abuso. Tulizo es una de las adolescentes que comparten su testimonio. 

Tulizo cuenta su historia con seriedad. A su lado, una mujer que parece ser su madre ‒nunca se identifica‒ escucha con rabia y tristeza. Sus rostros en primer plano causan miedo y compasión. Hacia el final del documental, estas mismas caras sonríen y estos mismos cuerpos vulnerados bailan. ¿Por qué nos debería importar esta historia como venezolanos? Porque nos muestra que sanar es una posibilidad, siempre que la voluntad de hacerlo no repose exclusivamente en la víctima. Necesita una red, un sistema, un soporte. 

Cada año,180 mujeres y adolescentes terminan su paso por City of Joy e incluso celebran un acto de egreso. Durante seis meses aprenden sobre defensa personal, sexualidad, autoestima, liderazgo. Cuma (vagina) deja de ser una palabra prohibida. La sola mención sin eufemismos es una forma de abandonar la vergüenza y pasar el miedo por el tamiz del conocimiento y el amor propio. 

Un logro multidisciplinario 

City of Joy es un proyecto del doctor Mukwege, la activista Christine Schuler Deschryver –que llaman Mamá Christine– y la escritora estadounidense Eve Ensler –Mamá Eve–, conocida por la obra teatral Los monólogos de la vagina. Sus sensibilidades unieron y fortalecieron este proyecto. Sanar es posible, sí, pero cuando hay personas dispuestas a ayudar con la fibra entrenada para no perder de vista que quienes tienen ante sí son personas, con derechos, emociones, y complejidades. Al mismo tiempo, se requieren recursos y el apoyo de otros sectores de la sociedad y del Estado.

Christine Schuler Deschryver. Foto tomada del Facebook oficial de City of Joy.

De este refugio de mujeres, niñas y adolescentes congoleñas me llevo el retrato de un trabajo en equipo. Mucho se dice sobre cómo puede ayudar la visión multidisciplinaria en las acciones de prevención y respuesta ante las violencias, y si buscamos un ejemplo palpable y real lo encontramos en City of Joy. El trabajo multidisciplinario puede transformar la vida de una adolescente abusada que, además, debe lidiar con el rechazo de su padre y huir de la aldea donde creció.

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Mukwege aportó su visión médica a City of Joy, pero también su visión como congoleño. Podía entender desde las consecuencias físicas y emocionales de las violaciones hasta el miedo de las mujeres al tan querido bosque, que antaño fue un lugar de juegos y paz y en el que ahora se esconden los hombres en armas. Mamá Eve fue abusada en su niñez y como dramaturga decidió involucrarse en acciones de prevención y de apoyo para las víctimas. Mamá Christine ha participado en movimientos por los derechos humanos desde su infancia. Experiencias personales guiaron su mirada hacia las niñas, mujeres y adolescentes. Christine presenció la violación y el asesinato de su mejor amiga en el año 2000. También visitaba con regularidad el Hospital de Panzi y allí vio los primeros casos de niñas violadas. 

El doctor, la dramaturga y la activista construyeron un lugar en el que las sobrevivientes se apoyan mutuamente, en una franca sororidad que, desde la mirada del documental, nace en el dolor compartido. Por lo tanto, la alegría que define la identidad de City of Joy no es ciega ni forzada. Allí no se niega el duelo, la pérdida ni el miedo, pero permite liberar estos demonios de tal forma que no se apoderan del espíritu ni del futuro. 

Un vistazo a las posibilidades 

En una oportunidad, Mamá Eve contó al doctor Mukwege que muchos habían criticado el nombre del refugio. Le solían preguntar por qué habían escogido la palabra joy (alegría) para un lugar para víctimas de las violaciones más crueles e inhumanas del Congo. El ginecólogo insistía en que las niñas, adolescentes y mujeres, muchas con hijos de corta edad, no podrían volver a sus casas así sin más y que City of Joy era la promesa de un cambio. La dramaturga sentenció: «estas mujeres no tienen que ser infelices por siempre. Ese es el punto».

El documental cierra contando brevemente qué pasó con algunas de las adolescentes y mujeres que pasaron por el refugio. Después de ser abusada, Jackie pensó en quitarse la vida varias veces y dio a luz a una niña que odió muchísimo. En City of Joy aprendió a poner sus culpas en los verdaderos responsables. Se dio una oportunidad y también a su hija. “Ahora la amo incondicionalmente y ese es el corazón de mi historia”. Sandra terminó la secundaria y comenzó sus estudios para ser enfermera. Tulizo, la adolescente que nos dio la bienvenida a esta columna, salió de City of Joy y comenzó a trabajar con niños que quedaron huérfanos por la guerra para ayudarles en su educación y desarrollo.

Mujeres y adolescentes se apoyan entre sí en el proceso de recuperar su confianza y superar los traumas. Foto tomada del Facebook oficial de City of Joy.

Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), la crisis de la República Democrática del Congo ha empeorado en los últimos años, “incluido un pronunciado aumento de la violencia de género de la que son víctimas las mujeres y las niñas en situación de vulnerabilidad. Tan solo entre junio y julio de 2023, 10.684 sobrevivientes recibieron servicios por violencia de género en (las provincias) Ituri, Kivu del Norte y Kuvo del Sur”.

El doctor Mukwege también reflexiona sobre la nueva generación de hombres, que hoy son los niños que han visto cómo matan a sus padres y cómo violan a su madres. ¿Podrán respetar la vida de otros?, se pregunta. Mientras habla, aparecen imágenes de niños con armas en mano, parte de los grupos irregulares que asaltan las aldeas.

Niñas y niños congoleños, de forma diferenciada, son víctimas de la violencia y de la extracción ilegal de los llamados minerales de la guerra.

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Créditos de fotografía principal: Paula Allen, en cityofjoycongo.org

Indira Rojas

Indira Rojas

Periodista interesada en temas e historias sobre políticas públicas, género, igualdad y desarrollo, y derechos de la niñez y la adolescencia.

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