Si bien Venezuela atraviesa desde hace varios años una emergencia humanitaria compleja, y este contexto ha generado un profundo impacto emocional en la vida de los niños y adolescentes, así como un profundo daño antropológico; la población venezolana no está habituada a los efectos que produce la guerra en las personas. Es por esto que el conflicto que se produce en Apure conmociona profundamente a nuestra sociedad. Hoy queremos compartir con ustedes cómo todo esto impacta en la salud mental de niños, niñas y adolescentes.
Para poder abordar esta realidad, debemos comprender dos conceptos fundamentales: la guerra y el trauma. La guerra puede ser entendida como la desavenencia y el rompimiento de la paz entre dos o más potencias, según define el Diccionario de la Lengua Española. Y, ciertamente, eso es lo que vive la población de la frontera con Arauca, el rompimiento de la paz; es decir, del equilibrio que permite el desarrollo, lo cual ciertamente amenaza a los niños, niñas y adolescentes.
La ocurrencia de situaciones que amenazan la integridad física, tales como los conflictos armados y las catástrofes naturales, pueden producir traumas complejos que afectan la salud mental de los niños. En ese sentido, el trauma puede ser entendido como un acontecimiento que se produce en la vida de una persona que se caracteriza por su intensidad y la incapacidad que ésta presenta para responder a él adecuadamente, lo cual produce efectos patógenos duraderos en la organización psíquica. Es decir, un evento que se produce en nuestra vida para el cual no estábamos preparados y que tiene un gran potencial para dejar secuelas en nuestra salud mental.
Los conflictos armados generan entornos en los que ocurren situaciones de violencia para los que ninguna persona está completamente preparada. Ni siquiera los propios combatientes. Es por ello que las personas que han estado expuestas a estos episodios violentos suelen experimentar cambios en su forma de relacionarse con sí mismos, otras personas y su entorno. Los niños, niñas y adolescentes lejos de estar exentos de esta realidad son por el contrario mucho más vulnerables.
¿Por qué los niños son más vulnerables?
Los niños se encuentran en proceso de desarrollar recursos emocionales y sociales que les permitan hacer frente a las exigencias de su entorno. Es por ello que experiencias fuertes y desestructuradoras como las que ocurren durante una guerra dejan huellas profundas en la mente de los niños.
Situaciones cotidianas como compartir un juguete, irse a dormir solos o cumplir con las asignaciones escolares son desafíos para los niños. Pensemos por un momento: ¿cómo podrá impactar entonces el quedarse sin casa de la noche a la mañana o ver a personas perder la vida frente a sus ojos?
Los niños, niñas y adolescentes pueden presentar mayores dificultades que los adultos para la estimación de riesgos. Los cambios abruptos en las condiciones de vida y las medidas que deben ser adoptadas para su preservación no siempre se comprenden con facilidad, haciendo sumamente retador el trabajo de padres, madres y cuidadores.
Por otro lado, es importante recordar que, contrario a lo que solemos pensar los seres humanos, aprendemos a regular nuestras emociones de afuera hacia adentro. Los padres y adultos en el entorno más cercano de los niños tienen un papel clave en la capacidad que tienen los niños para procesar momentos difíciles.
Es por lo que, inclusive en aquellos casos donde los niños no manejan toda la información sobre lo que ocurre a su alrededor, pueden verse tremendamente afectados, ya que las personas que normalmente les ayudarían a gestionar sus emociones están abrumados o alterados.
¿Entienden los niños lo que ocurre?
Es normal que los adultos en momentos tan complejos como estos puedan preguntarse si vale la pena informar a los niños de lo que ocurre. Seguramente les preocupa que esa información les genere mayor angustia.
Muchos padres optan por no ofrecer información puesto que consideran que sus hijos no entienden todo lo que sucede. Sin embargo, los niños comprenden mucho más de lo que podríamos suponer.
En ese sentido, debemos partir de la capacidad que estos tienen para percibir todos los cambios que ocurren a su alrededor. Y si bien puede que un niño no entienda todas las aristas del conflicto, los grupos de poder involucrados y sus oscuros intereses, estamos seguros de que logran percibir la angustia en el rostro de sus padres y cuidadores, los cambios en el entorno y las situaciones de amenaza.
De hecho, consideramos que es recomendable explicar con palabras claras y un lenguaje acorde a su edad lo que ocurre alrededor de comunidades donde el conflicto armado se mantiene activo. Esto puede ayudar a que los niños sepan qué podemos esperar de ellos y sean más receptivos a las indicaciones que les demos para proteger su integridad.
¿Cómo les decimos?
- Tranquilidad. Siempre que vamos a explicar algún tema que nos preocupa a los niños y adolescentes recomendamos situarnos en un lugar tranquilo (en la medida de las posibilidades) y ubicarnos a su nivel.
- Indagar. Vamos a preguntarles sobre la información que manejan sobre el tema. En este caso: ¿qué creen que está pasando en su comunidad?
- Prestar atención. Tras escuchar las respuestas que nos ofrezcan podemos identificar:
- Falta información: frente a lo cual completamos aquello que resulte oportuno.
- Existen distorsiones en la información: lo que nos lleva a corregir las mismas y ofrecer explicaciones apropiadas.
- Maneja información suficiente, lo que nos permite validar su criterio, haciéndole sentir confianza.
Esta técnica nos permite evitar intoxicar con información no requerida a los niños, puesto que nos ajustaremos a la capacidad que tiene de acuerdo a su momento del desarrollo. No es indispensable ser psicólogo o médico para ello, puesto que al preguntar el niño nos dará una muestra de lo que comprende en ese momento definido.
Así mismo, debemos aprovechar la oportunidad para indicar de forma clara lo que esperamos del niño. Pensemos en términos de pautas de comportamiento, de manera tal que este sepa cómo debe comportarse y responder a las demandas del entorno.
Por ejemplo, evitemos frases genéricas como: «pórtate bien» y «quédate tranquilo». Usar en cambio frases más específicas como: «vamos a bajar la voz cuando juguemos», «no podemos salir a la calle porque es peligroso» o «por ahora, nos vamos a quedar sentados acá».
Cómo saber si están afectados
Frente a eventos complejos como la guerra y los conflictos armados los niños pueden presentar una serie amplia de indicadores que debemos tomar en consideración (no son los únicos, sino los más comunes):
- Llanto fácil.
- Irritabilidad.
- Pesadillas.
- Temor de estar solos.
- Enuresis o Encopresis (volver a hacerse pipí o pupú encima; de día o de noche).
- Insomnio.
- Poco apetito.
- Tics.
- Comportamientos agresivos con otros niños o adultos.
- Escenas de juego violentas
- Ausencia de juego.
- Flashbacks (recuerdos súbitos de las situaciones traumáticas; estos pueden presentarse durante el día).
Todos estos indicadores nos dan cuenta de que existe un proceso emocional intenso que afecta al niño, niña o adolescente y que son esperables durante los primeros días de exposición a un evento traumático. Sin embargo, de persistir pueden ser indicios de que se requiere ayuda profesional.
Experimentar situaciones difíciles lleva a cualquier persona a pasar por un período de ajuste en el que es normal sentirse afectado. Dependerá de los recursos emocionales con los que se cuente para hacer frente a estos momentos; esto definirá si es preciso o no requerir algún apoyo externo.
En caso de ser necesario el apoyo profesional para manejar el impacto de estos hechos traumáticos en nuestras vidas debemos tener presente que solicitar ayuda no nos quita valor como seres humanos ni nos convierte en “locos” o “enfermos mentales”. Por el contrario, una clara señal de salud mental es poder reconocer cuando algún episodio de nuestras vidas se torna inmanejable y somos capaces de pedir asistencia.
¿Hay consecuencias?
Sí. Nunca volvemos a ser los mismos tras vivir experiencias de trauma complejo. Son situaciones que nos llevan al límite y ponen a prueba nuestros recursos emocionales. No obstante, el hecho de que cambiemos no significa necesariamente que no podremos readaptarnos o nos veamos limitados en nuestra capacidad de manejar la vida.
El riesgo más importante se presenta cuando los niños, niñas y adolescentes experimentan grandes montos de angustia o sufrimiento y no permitimos que estos se expresen o nos mostramos indiferentes a ellos. De igual forma, como adultos negar lo que emocionalmente podemos sentir aumenta el riesgo de que se produzcan alteraciones en nuestra salud mental.
Algunas de las consecuencias más comunes en situaciones de conflicto armado son:
- Trastorno de estrés postraumático.
- Ansiedad generalizada.
- Depresión e ideación suicida.
No todas las personas expuestas a una guerra presentarán secuelas como las indicadas. Habrá quienes con sus propios recursos emocionales puedan salir adelante, mientras que otras personas sí pueden experimentar algunas de estas consecuencias.
La buena noticia es que estas secuelas pueden ser abordadas y canalizadas a través de un adecuado tratamiento psicológico o psiquiátrico.
¿Qué podemos hacer?
No hay una receta mágica para abordar los problemas de la vida. Mucho menos aquellos que tienen una complejidad tan importante como la guerra. Sin embargo, acá ofrecemos algunas ideas que pueden ser útiles en momentos difíciles:
- Protegernos: ante situaciones que ponen en peligro la vida lo primero es garantizar nuestra seguridad. Para algunas personas esto ha supuesto inclusive tener que abandonar su hogar; lo cual puede ser una medida dolorosa pero comprensible a fin de salvar la vida.
- Poner en palabras lo que sentimos: darle nombre a nuestras emociones. Identificar lo que nos pasa y poder comunicarlo tiene un enorme poder. Pudiéramos pensar que eso no soluciona el conflicto a nuestro alrededor, pero, nos permite hacer algo con nuestras emociones y tomar mejores decisiones.
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- No culpabilizarnos: no decidimos que hubiese un conflicto armado y están en juego intereses más allá de nosotros. Nuestro norte debe ser protegernos.
- Entender que cada persona vive esto de manera diferente: en una misma casa cada una de las personas puede experimentar distintas manifestaciones (o ninguna) y es válido. No debemos imponer nuestro estado de ánimo en otros. Sino respetar que cada uno vive las emociones de forma distinta y está bien.
- Permitir espacios de juego: los niños necesitan el juego como herramienta para procesar las emociones y sentir bienestar. Sin embargo, los adultos también podemos necesitar echar mano de momentos de distracción y placer a fin de recuperarnos.
- Buscar ayuda: Si sentimos que lo vivido nos sobrepasa o experimentamos algunas de las señales descritas anteriormente podemos buscar ayuda profesional. Es importante ubicar a nuestro alrededor cuáles organizaciones o servicios están disponibles a fin de solicitar el apoyo necesario.
En Cecodap queremos expresar nuestro apoyo y solidaridad a todas las familias que han visto trastocadas sus vidas por el conflicto armado. Ninguna persona debería verse forzada a abandonar su hogar para poder salvar su vida. Exigimos al Estado tome las medidas necesarias para garantizar la seguridad de los venezolanos y ofrezca respuestas oportunas de acuerdo a las normativas nacionales e internacionales vigentes.