Adolescentes que no le ven sentido a la vida, que se autoagreden, con ideación suicida, atrapados por la depresión o enganchados a alguna adicción, dispuestos a enrolarse en todo tipo de retos que pone en peligro su integridad física o emocional nos habla de una generación urgida de sentido.
La pandemia solo ha contribuido a profundizar una cultura que ha exacerbado el que vales por lo que tienes, el culto al consumismo o la frustración de no poder adquirir lo que otros tienen. Ese el sustrato en el que se han formado nuestros niños, son las series que disfrutan, es la vaciedad de las figuras y los influencers que muestran por las redes sociales el cereal que van a desayunar, el nuevo color de la pintura de uñas, el último paso de reggaetón para sacudir su estilizada figura.
Semana Santa representa un hito en la tradición cristiana, aunque para la mayoría está asociado exclusivamente al descanso y la recreación. Ojalá estos días posibiliten darle en casa un espacio a la espiritualidad.
¿Qué hacer para fomentarla?
Recordar que permanentemente hacemos actos de fe. Cuando vamos a un restaurante no nos dirigimos a la cocina para ver en qué condiciones higiénicas se encuentra el lugar. Nos montamos en un avión y no vamos a la cabina a preguntarle al piloto cuántas horas de vuelo tiene y constatar si está en condiciones óptimas para pilotear.
Son ejemplos prácticos que permiten demostrar cómo, cotidianamente, damos por hecho que las personas que nos brindan los servicios tienen las condiciones requeridas para hacerlo adecuadamente. Hacemos actos de fe en lo que no vemos.
Compartir vivencias que evidencien cómo nos ayudó la fe. Podemos contar experiencias personales difíciles en las que nuestra vida parecía una cueva sin salida, pero con el apoyo y solidaridad de otros, encontramos la posibilidad de conseguir las salidas y seguir adelante.
La fe es un factor protector de la resiliencia que estimula la esperanza de que las cosas puedan cambiar a pesar de lo sucedido. Una esperanza que se convierte en fortaleza cuando es compartida con otros y nos permite fortalecernos en la adversidad.
Dejar claro que la fe no significa tolerar las injusticias. Con frecuencia escuchamos a personas cuyos familiares han sido víctimas fatales de la violencia, invocando la justicia divina, porque la terrenal no funciona. Debemos fomentar en nuestros hijos e hijas la formación ciudadana para exigir la justicia debida y Dios puede dar fortaleza para no claudicar y perseverar hasta lograr que la ley se cumpla.
Estimular el contacto con el arte y la naturaleza como herramientas fundamentales, para propiciar elcrecimiento espiritual con oportunidades para la trascendencia. Permitir cultivar el espíritu con la contemplación, imaginación, los sentidos, la sensibilidad para ponerle color a su existencia.
Enseñarles a defender sus creencias. Cuando en los grupos, centros educativos, culturales, pretendan imponerles creencias o ideologías que van en contra de las propias, tienen el derecho de exigir respeto y hacer valer el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión.
Como representantes o responsables tenemos el derecho y el deber de orientar a los niños, niñas y adolescentes en el ejercicio de este derecho, de modo que contribuya a su desarrollo integral.
Estar alerta con los rituales. En especial los que generan cambios abruptos en la personalidad, utilizando el alcohol o la violencia como parte del ritual. Es importante indagar qué tipo de respuesta buscan nuestros hijos en estas opciones. Puede ser que se sientan vacíos, solos y necesiten creer en algo o en alguien, encontrando en estos grupos la atención y el tiempo que no tienen en sus familias.
Ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace. Cada vez, con más frecuencia, se utilizan prácticas orientales como, por ejemplo, la meditación con el fin de desarrollar el mundo interior, relajarse del estrés agobiante. Sin embargo se dan casos en los que existe un desfase entre esas prácticas y lo que hacemos en la convivencia. Pasa que abandonamos a nuestros hijos para participar en esos grupos que en algunos casos son un pretexto, para no asumir nuestras responsabilidades. Si las utilizamos adecuadamente, de forma coherente y congruente, son una herramienta muy útil para el crecimiento espiritual, personal y familiar.
La fe y el amor deben ir de la mano. El desamor puede generar la sensación de que nada es posible. Una experiencia fecunda de amor hace florecer la fe en nosotros y en los demás, y fortalece el “sistema inmunológico emocional” para que nuestros hijos tengan defensas para afrontar las pruebas de la vida.
Fernando Pereira / @FernanPereiraV
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