Hablemos de las emociones, ¿tienes miedo?

Experimentar miedo o temor podría sentirse como algo desagradable. Incluso reconocer que tenemos miedo ocurre mayormente cuando existe una situación de amenaza que altera nuestro bienestar. Y es allí, justo en ese momento, que lo desagradable que experimentamos, se trasforma en una alerta para defendernos del peligro.

El miedo incluye un conjunto de sensaciones físicas en nuestro cuerpo tales como el aumento de la frecuencia cardíaca y de la respiración; sudoración, temblor y tensión muscular. También la frente se arruga y los ojos se abren. Además se hacen presentes representaciones mentales como: percepciones, imágenes y fantasías.

Todo esto hace que el miedo sea una emoción fuerte pero breve. No es prolongada en el tiempo como todas nuestras emociones, que están allí para ayudar a adaptarnos a las oportunidades, adversidades y retos que enfrentamos durante los acontecimientos significativos de la vida.

En ocasiones, el miedo se apodera de nosotros con una alta intensidad. Lo conocemos como terrorpavorhorror o pánico y solemos experimentar gran desborde emocional. No obstante, al lograr identificarlo, nos damos cuenta que es una emoción frecuente en nuestra vida cotidiana y que no podemos eliminarla.  Nos informa de nuestra vulnerabilidad y al mismo tiempo nos facilita el aprendizaje para el afrontamiento adaptativo de situaciones amenazantes.

Tengo miedo, ¿qué hago?

La premisa esencial para actuar frente al miedo pasa por ponernos a salvo. Sin embargo, muchas cosas suceden entre el transcurso del principio de una amenaza y el inicio de una respuesta emocional constructiva o destructiva. Para ello, debemos distinguir si la situación o la amenaza que identificamos ocurre dentro o fuera de nosotros.

Si es externa a nosotros es más sencillo reconocer la necesidad de protegernos  aún si estas acciones no nos aseguran la protección total ante el peligro. . Por ejemplo: el miedo ante el Covid-19 nos permite identificar que debemos seguir manteniendo las medidas de protección físicas necesarias (uso de tapabocas, lavado de manos, distanciamiento) en la medida de nuestras posibilidades.

Sin embargo, cuando se trata de amenazas internas —tales como temor a quedarnos solos, inseguridades, miedo ante situaciones interpersonales, rechazo, entre otros– nos resulta mucho más complejo buscar una alternativa para protegernos. 

No obstante, la mayor parte de las amenazas que nos generan miedo no vienen del mundo exterior, sino de nuestra propia realidad interna. Para poder actuar ante las amenazas internas es necesario ponerles nombre a esas situaciones, identificar con palabras qué es lo que experimentamos, desde cuándo nos sentimos así y que es lo que necesitamos. Quizá, algunas de nuestras necesidades no dependen completamente de nosotros y nuestra voluntad, no obstante, reconocer qué es lo que nos hace falta permite poder identificar una ruta de acción.

Cuando decides correr un maratón, inicias con un entrenamiento específico, pequeños objetivos y pasos frente a ese desafío. Como si se tratase de un campeonato, puedes pensar también cuáles con las alternativas que podrían ayudarte a protegerte de lo que te asusta para poder así trazarte una ruta viable en la cual evites quedarte paralizado si, eso a lo que le temes, ocurre.

En este sentido, si nos segamos ante nuestras experiencias de miedo, corremos el riesgo de exponernos frecuentemente a situaciones que alteren nuestro bienestar. Tendiendo a experimentar mayores sentimientos de intranquilidad a largo plazo, reduciendo nuestra vida, limitando nuestro crecimiento y desarrollo y evitando cada vez más situaciones que posiblemente podríamos enfrentar de otro modo. Por ende, el miedo, poco a poco se transformaría en angustia y ansiedad, encerrándonos en un permanente sentimiento de intranquilidad que evita la acción.

¿Qué hacer con los niños?

Con nuestros niños y adolescentes, los miedos son una parte inevitable de su crecimiento. Ellos experimentan miedo o temor de forma natural en cada una de las etapas evolutivas de su desarrollo. A medida que exploran el mundo que los rodea van adquiriendo nuevas experiencias y afrontan nuevos retos; en consecuencia, sus miedos van evolucionando.

En este sentido, el acompañamiento, apoyo y contención familiar es fundamental para la adquisición de estrategias asertivas ante situaciones de amenaza que generen miedo en los NNA.

Algunas alternativas fundamentales para abordar los temores con nuestros hijos pueden ser:

  • Hablar fluidamente con su hijo sobre las preocupaciones que lo aquejan, siendo en todo momento comprensivo. Infórmele que todos los niños y adolescentes experimentan miedos similares, pero con tu apoyo, él o ella podrá aprender a superarlos.
  • No disminuya los miedos de su hijo restándole importancia, mucho menos delante de otras personas.
  •  No lo obligue a ser valiente o decir: “es una tontería y tienes que ser fuerte”. Todo NNA requiere de tiempo para sobrellevar y enfrentar sus miedos. Puede alentarlo (no obligarlo) a enfrentar paulatinamente sus miedos. 

Como padres, debemos tranquilizar y brindar apoyo a nuestros hijos, hablar con ellos y reconocer las preocupaciones que manifiestan, sin desvalorarlas. En momentos de gran intensidad, debemos señalarle lo que ya se está haciendo para protegerlo y darle la oportunidad que él participe en la búsqueda de otras alternativas que podría utilizar. 

Una crianza basada en la sensibilidad, escucha y reconocimiento continuo de sus necesidades puede controlar la mayoría de los miedos infantiles, permitiendo al mismo tiempo, el aprendizaje del reconocimiento de sus emociones y brindando un bagaje de alternativas de respuestas ante situaciones demandantes para su futuro.

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