Fundación Centro Gumilla: 39% de los adolescentes admiten haber sido víctimas de acoso escolar

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En medio de las complejidades que enfrenta la educación en Venezuela, un problema silente se gesta en las aulas de clase: el acoso escolar. La Fundación Centro Gumilla se sumergió en 15 escuelas de Fe y Alegría, no para cuestionar la existencia de conductas violentas, sino para indagar si los niños, niñas y adolescentes implicados eran capaces de identificarlas.

Según los resultados de la documentación realizada por la Fundación Centro Gumilla, se reveló que la violencia escolar es reconocida tanto por jóvenes como adultos, aunque con variaciones en la intensidad y frecuencia percibida. 39% de los jóvenes admiten haber sido víctimas de violencia, el 55% se identifica como agresor, y el 80% asume el papel de espectador, subrayando la complejidad del fenómeno. “Roles que no son excluyentes y que rotan según circunstancias, escenarios y tiempo”, se lee en el documento.

“Los entornos educativos se transforman en escenarios de conductas conflictivas y violentas. El acoso escolar, definido como actos con la intención de causar daño físico, verbal, social y psicológico, se manifiesta como una sombra persistente en la cotidianidad de los estudiantes. Más que una agresión puntual, el acoso deja huellas socioemocionales de difícil conciliación”, señaló el Centro Gumilla. 

Para la Fundación, el conflicto y la violencia, aún presentes en la sociedad venezolana, encuentran un escenario propicio en los entornos educativos. “La crisis económica, la falta de servicios básicos y las dinámicas sociales adversas generan condiciones desafiantes para alumnos y docentes, afectando la calidad y cantidad de la educación”, enfatizó.

El Poder de los Observadores. 

Para la Fundación Gumilla, el análisis de los resultados destaca la importancia de los espectadores de la violencia, aquellos que observan sin ser directamente involucrados. Estos actores, al representar una posición más pasiva, pueden aprobar, validar o legitimar las acciones violentas desde su lugar. “Sin embargo, también se presentan como la clave para plantear soluciones y cambiar el status quo”, se lee.

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La presencia de espectadores plantea interrogantes sobre cómo se entiende el acto de observar la violencia, desde una posición aparentemente menos activa pero no exenta de consecuencias.

“Este enfoque invita a reflexionar sobre la responsabilidad que conlleva ser testigo de la violencia y confrontarse con la propia vulnerabilidad, fomentando la posibilidad de ser agentes de cambio”, aseveró la Fundación.

Violencia en Hogares y Escuelas

La investigación revela que la violencia no se limita al entorno escolar, sino que se extiende a hogares y comunidades. En la escuela, las acciones verbales, los insultos y las prácticas excluyentes son protagonistas. “En el hogar, además de insultos, se reportan amenazas de golpes y agresiones físicas. Ambos lugares, concebidos como espacios seguros, se ven afectados por la exposición directa o indirecta a actos violentos”, se lee en el documento.

La Fundación resaltó que existe la urgencia de construir espacios y prácticas distintas, donde se modele la resolución de conflictos sin recurrir a la violencia. “La sociedad debe desafiar la naturalización de amenazas e insultos como formas de encuentro, promoviendo una educación basada en el respeto y la empatía, más allá de la rigidez y la dureza”, agregó.

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Detalló que la asimetría en la relación de poder, donde alguien con mayor poder busca dominar al otro, configura el ciclo de violencia en el cual los estudiantes crecen. Enfatizó que la urgencia de actuar desde otra perspectiva se impone, ya que, de lo contrario, “seguirán siendo víctimas de un sistema que falla en brindarles herramientas para el encuentro y el reconocimiento mutuo”.

La Fundación enfatizó que el fenómeno de la violencia escolar exige una respuesta integral y urgente, por lo que mirar la violencia desde la barrera no exime a los observadores de la ecuación, sino que puede convertirlos en parte del problema. 

“La sociedad debe replantear su papel como observadora pasiva y convertirse en agente de cambio, desafiando la normalización de la violencia y promoviendo una cultura de respeto y convivencia pacífica en los entornos educativos”, señaló. 

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